Rompen los acordes de Highway to hell y el público se pone en pie para recibir a los grandes protagonistas de la jornada. Por delante, más de cinco horas de grabación que no se harán largas gracias al buen hacer encima del escenario de Paulina Rubio, Antonio Orozco, Luis Fonsi y Pablo López. Durante los cortes, los cuatro se deshacen en carantoñas con los allí presentes, que corean sus nombres y recitan sus canciones con la pasión propia de un concierto. Porque sí, esto es un concierto y así quiere Antena 3 que lo vivan tanto los allí presentes como los espectadores desde sus casas.
Sillas que giran. Vente a mí equipo. No, al mío. No les hagas caso, que yo voy a hacerte emperatriz (de Lavapiés). Nervios. Disculpas. Tensión. Emoción. Parece que nada ha cambiado cuando, en realidad, lo ha hecho todo. La dinámica continúa siendo la misma de siempre pero cada pequeño detalle luce más para acabar ofreciendo un producto redondo: la música en directo es un acierto absoluto, el plató es más grande y vistoso (como después se acaba apreciando desde casa) y los coaches desprenden una energía contagiosa.{wbamp-show start}
Antonio Orozco es puro show. Lleva el arte en las venas y sabe que la televisión consiste en entretener hasta cuando no está el piloto encendido, ya que un público feliz hace que todo fluya mejor. Da igual si se trata de una de sus múltiples bromas o si entona un discurso comprometido contra los errores que asfixian al sistema: Orozco desborda carisma y el público le adora casi tanto como a ese bocata que están a punto de devorar.
Pablo López, mientras tanto, aguarda en su sillón. El cantante, que va sobrado de picardía y labia, espera paciente su momento y termina robando todos los focos a sus compañeros gracias a la complicidad que genera en todo aquel con el que interactúa. Luis Fonsi, por su parte, ejerce de contrapeso perfecto: sabe cuál es su papel en el concurso y juega bien sus cartas, ejerciendo el papel de yerno ideal sin llegar a aburrir gracias a sus guiños.
Paulina Rubio, un universo aparte
Pero nada de esto tendría sentido sin Paulina Rubio. Paulina es consciente de lo que el público quiere y se lo da. Paulina es la definición correcta de la palabra ‘espectáculo’. Paulina podría vender hielo a los esquimales y preferentes a Rodrigo Rato. Porque Paulina es una vendehumos de primera división pero da igual porque todos lo saben pero necesitan más. “No me vendo, soy”, llega a decirle a uno de sus compañeros, con un aplomo y un descaro que anulan cualquier posible réplica.
Entretanto, el equipo de animación vuelve a obrar milagros, consiguiendo que las tediosas esperas se conviertan en un simple juego. Nunca se alaba lo suficiente su labor, oculta para el gran público pero necesaria para mantener la llama viva pese a todo. Y luego están esos maravillosos seres que habitan en los platós: las señoras que acuden de público a los programas.
Solo a través de ellas se puede comprender verdaderamente la esencia de la televisión. Detrás de mí, anidaron tres de estos fantásticos ejemplares, atrayendo por completo mi atención mientras los aspirantes iban sucediéndose en el escenario. Se enfadan cuando alguno de los coaches utiliza una expresión malsonante, te enseñan el timing correcto a la hora de comer el bocadillo y dan su opinión, certera y contundente, con respecto a cada mínimo detalle que sucede.
Ellas podrían protagonizar un formato aparte, un show complementario que muestre en vivo y en directo sus valoraciones. Pero no, el programa es el que es y no hace falta más, porque La Voz ha vuelto como nunca: la maquinaria está totalmente engrasada y todo se sucede como si no fuese la primera vez que se hace. Porque, en cierto modo, este es un nuevo comienzo.
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