Artículo de opinión por Maxime Renaudin, Fundador y Director de Tree-Nation
La semana pasada se celebró la COP25, un encuentro que se realiza cada año en un país distinto y que congrega durante dos semanas a más de 4.000 participantes, entre delegados y activistas. Los últimos días del encuentro acuden, además, los jefes de gobierno de los países participantes, con lo que la proyección internacional resulta enorme. Pero, ¿cuál es el balance real tras cada COP? ¿Se cumplen efectivamente los acuerdos y promesas políticas que se lanzan durante el evento?
El mismo nombre de la cumbre ya nos da pistas de la falta de acciones concretas tras cada edición. La de Madrid será la COP25, o lo que es lo mismo, 24 ediciones en las que se ha fallado en atajar los graves problemas ambientales que afronta nuestra generación. La edición de este año fue especialmente trascendente, ya que constituía la última reunión para activar el Acuerdo de París, concebido tras la COP21 como el mayor pacto mundial vinculante en defensa del clima del planeta, que tiene que estar plenamente vigente en enero de 2020. Sin embargo, y pese a las 4 ediciones posteriores, no ha habido nuevos compromisos sustanciales de los jefes de gobierno. ¿Qué hemos conseguido con esta nueva edición? ¿Está pensada realmente para los políticos o para los ciudadanos? ¿No hace si no crear la falsa conciencia de que el cambio ha empezado, cuando en realidad está aún por suceder?
Año tras año nuestros representantes políticos acuden a la cumbre para ofrecer discursos, mientras que lo que se necesita realmente son planes y acciones concretas. Hace unos años no se podía lograr acuerdos solo con que uno de los países participantes votara en desacuerdo con las medidas propuestas. El sistema es más flexible hoy, más versátil y mejor diseñado. Pero el tema principal sigue siendo ‘¿Acuerdo o No acuerdo?’. Un poco como el Brexit, de hecho. Votar era lo sencillo, implementarlo es ya otro tema. Lograr el acuerdo antes del fin de la COP significa el éxito de la COP; como mínimo así se quiere presentar. Pero, lograr un acuerdo es solo el punto de partida. Es solo una promesa, la parte realmente difícil es lograr aplicarlo. Es fácil tener a la opinión pública vitoreando un acuerdo. Otra cosa es, una vez finalizada la COP, pedir a los ciudadanos y empresas que hagan un esfuerzo y cambien sus costumbres, su manera de vivir, de comer, de desplazarse, de comprar, etc.
No debemos equivocarnos. La cumbre hace posible que durante casi dos semanas se hable de forma continuada de las problemáticas medioambientales que afronta nuestro planeta, algo muy positivo para remover conciencias. Sin embargo, durante los pasados 24 años hemos podido comprobar cómo la capacidad de nuestros representantes políticos para impulsar el cambio real y necesario es muy limitada. La ausencia del presidente Trump en esta cumbre de Madrid, siendo Estados Unidos uno de los países con mayor emisión de gases de efecto invernadero, es otro de los síntomas del relativo alcance de estas cumbres. Hay un cierto peligro en pensar que nuestros políticos van a solucionar por nosotros este asunto. El peligro es nuestro propio inmovilismo. Dejamos el problema en las manos de nuestros políticos, en vez de ser nosotros mismos los actores del cambio. Eso, para mí, es el gran riesgo de la cumbre: nos quita como ciudadanos la responsabilidad de actuar.
No dudo en que debemos seguir celebrando cumbres del clima que sirvan para dar visibilidad a los retos ambientales actuales y los que están por llegar. Sin embargo, creo que un cambio de mentalidad es absolutamente necesario y que éste debería estar abanderado por nosotros, los ciudadanos. Debemos abordar el problema con nuestras propias manos y no esperar a que el cambio suceda mientras apostamos todo a la misma moneda: nuestros políticos.
Entre todos, deberíamos buscar una manera más eficiente de celebrar estas cumbres, empezando por acabar con las promesas políticas que crean la falsa ilusión de que el cambio ya está en camino. Deberíamos apostar por que los países puedan compartir en estas cumbres las buenas prácticas ambientales que hayan ya realizado durante el año y, de este modo, inspirar a otros países a ser medioambientalmente más sostenibles.
No se debería debatir sobre cifras para el 2050, sino de maneras para implementar medidas, aunque éstas puedan no ser muy populares cuando llegue el momento de aplicarlas ya que requieren de esfuerzo y sacrificio. Creo que es tiempo de plantar batalla al cambio climático. Una batalla requiere esfuerzos, una nueva forma de patriotismo mundial en la cual cada uno esté dispuesto a cambiar su estilo de vida por uno más sostenible.