Periodismo valiente e imparcial, por Jesús Ortiz (Estudio de Comunicación)

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Jesús Ortiz, director del Área de Formación de Estudio de Comunicación

Como todos los 3 de mayo desde 1993, en este ‘mes de las flores’ de 2020 también celebraremos el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Será de manera un tanto simbólica, porque la UNESCO ha pospuesto hasta octubre la conferencia internacional correspondiente o, más en concreto, lo ha decidido aplazar el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Países Bajos, puesto que el encuentro debía tener lugar en La Haya el citado 3 de mayo. La pandemia, ya se imaginan, es la causa del aplazamiento. Nada impide, sin embargo, que reflexionemos sobre el lema de este Día Mundial 2020: “Por un periodismo valiente e imparcial”.

Hecha la salvedad de los aspectos sociosanitarios que estamos viviendo, tengo la sensación de que el sector de los Medios de Comunicación, internacionalmente hablando, es uno de los que más está sufriendo en los últimos tres lustros. Empezó con una crisis de modelo: nos empecinamos en una discusión tipo “no son galgos, son podencos”, sobre todo en el entorno de los medios impresos y el “papel sí, papel no”, y se nos acabaron echando los perros encima de nuestras lindas orejitas sin saber de qué sabueso venía el mordisco fatal. Totalmente noqueados por las caídas de resultados en los formatos convencionales y sin ver “puerta” en los digitales, llegó la crisis económica internacional: se hundieron muchas empresas, las que subsistieron invirtieron mucho menos en publicidad convencional y se abrió tanto el espectro de las posibilidades de publicidad digital, que no hubo forma de cuadrar la cuenta de resultados en muchos casos; solo los editores muy fuertes aguantaron. Y, cuando parecía que nos estábamos recuperando, un poco, llega el zarpazo de la pandemia del SARS-CoV-2 y las consecuencias económicas derivadas de la paralización de muchos sectores productivos a causa del aislamiento.

Editoriales y periodistas

En el breve -y matizable ad infinitum, lo reconozco- resumen del párrafo anterior, hemos hablado de editoriales, no de periodistas. Pero, claro, los periodistas, disculpen la obviedad, viven de lo que cobran por su labor; y quienes pagan son las editoriales. Si estas no generan ingresos, no pueden pagar salarios ni colaboraciones. Miles de periodistas se han quedado sin trabajo en los últimos años, esto es sabido. Por tanto, la propuesta de “un periodismo valiente e imparcial” se dirigirá, entiendo, a los que tienen la suerte de seguir en las redacciones y cobrando por ello, que para los que lo hacen de manera altruista no hace falta montar una Conferencia Internacional. Y sí, es verdad: solo estoy mirando a los países desarrollados, que el mundo es muy grande y complejo.

Casi ninguna editorial va a pedir a un periodista de su nómina que cometa una ilegalidad o una inmoralidad; he dicho ‘casi’, que de todo hay por desgracia, pero pensemos en la mayoría. Así que miremos a la luz de esto el primer término del lema: “valiente”. Imaginemos que un jefe se acerca al redactor de turno y le dice: “oye: sobre eso que vas a contar de tal partido político, no seas muy duro, no hagas sangre”. En ese punto, el periodista valora tres cosas: primera, si no hago caso mañana estoy en la calle; segunda, si no hago caso esto no lo publican (y de nada habrá servido la “valentía” si no se hace visible) y tercera, si consigo contar algo, aunque no sea todo ni como yo lo quiero decir, podré seguir teniendo oportunidades. Las dos primeras apreciaciones suponen “tirar la toalla”. La tercera, ¿es ser valiente? ¿No es un gesto de valentía adaptarse a las circunstancias y seguir en la trinchera en espera de oportunidades? Si tienen posibilidad, pregunten a periodistas que desarrollaron su labor durante el anterior régimen en España y que estaban obligados a pasar todo lo que iban a publicar por el filtro de lo que se llamó Ministerio de Información y Turismo -censura pura y dura, vaya-. Ellos les contarán las excelencias de meter “entre col y col lechuga” para que, al menos, una parte de sus audiencias se enterasen de determinadas cosas. Cuánto valor se derrochó, sobre todo en medios “oficiales”.

Para reflexionar sobre la imparcialidad, prefiero partir de la definición de la RAE: “Falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o proceder con rectitud”. Un periodista, por mandato de su audiencia, pero también de la línea editorial de su medio, va a tender siempre a “proceder con rectitud”, que juzgar no le corresponde. Como ser humano, tendrá sus ideas y opiniones personales, que seguramente estarán de acuerdo con esa línea editorial antes citada. Mentir y tergiversar, por otro lado, irá en contra de su credibilidad; y un periodista que no es creíble pierde audiencia a chorros, si es que alguna vez la ha obtenido más allá de la que le proporcione su cámara de eco. Así que, ¿de verdad es necesario en el escenario de 2020 explicar a un periodista las bondades de la imparcialidad?

Opinión e información

Lo de la valentía, por otro lado, debe referirse al periodismo de opinión, que no puede ser imparcial por propia definición; y lo de la imparcialidad, al periodismo informativo, que, insisto, debe ser creíble para que concite el interés de la audiencia. Y objetivo, dirá alguien. Y que publique solo lo que está contrastado, añadirá otro alguien. Es lo ideal, cierto. Pero sepan o recuerden que antes de la pandemia las redacciones iban a matacaballo porque las reducciones de plantillas han sido tremendas, con muchos menos profesionales para hacer las mismas horas de radio y televisión, el mismo número de hojas impresas o páginas web. Y de pronto llegó el maldito coronavirus, se multiplicó el trabajo, se llega mal a los telediarios, los boletines, los cierres. Valoren, por favor, que la presión y las prisas son enemigos del rigor. Valoren, por favor, que las toneladas de datos que llegan a las redacciones deben transformarse en unos gramos de información en tiempo récord. Solo valoren, por favor.

Quizás, a este Día Mundial habría que pedirle ayuda para explicar por qué la prensa no puede ser libre sin recursos y que estos solo se obtienen de dos fuentes: la iniciativa privada, que, como poco, puede actuar a beneficio cero -nunca con pérdidas-, o el dinero público. A partir de ahí, cabe el debate sobre cual de los dos tipos de financiación aporta mayor grado de independencia. Porque los periodistas, sin duda, estarán encantados de poder opinar valientemente e informar con imparcialidad sea donde sea.

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