No es la primera vez que el líder de los populares apela al victimismo, para intentar empatizar con los telespectadores. O lo que es lo mismo, no es la primera vez que Casado intenta pescar votos en el caladero de las emociones. Intentar culpar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de falta de lealtad institucional o de falta de respeto al primer partido de la oposición, es una estrategia que ya utilizó Esperanza Aguirre con Zapatero.
Sin embargo, a diferencia de ésta, Casado se queda en la queja, no ofrece alternativas, no ilusiona, no destapa su plan, si es que lo tiene. ¡No lo tiene!
El victimismo es una estrategia común en política. La ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, la explotó hasta el ridículo y los independentistas han hecho del victimismo su razón de existir. Pasando del “España nos roba”, a la más actual: “Madrid aplica el dumping fiscal”, han creado un sentimiento de pertenencia que es lo que Ayuso está consiguiendo en Madrid a costa de denunciar las maniobras del Gobierno Frankenstein, para contentar, precisamente, a los independentistas.
Casado, por el contrario, se queja como Calimero, aquel pollo negro desafortunado de los dibujos animados que lloraba por todo, sin más visión que reflejar que Sánchez es un desleal, o un maleducado. Pero, detrás de la queja, no se conoce acción alguna de los de Génova, ni un relato estructurado, lo que convierte al presidente en alguien vulnerable para los suyos y en el blanco de la diana para los de Sánchez e Iglesias.
A su ya débil liderazgo, este “hacerse el mártir” de Casado, no le lleva a ninguna parte, más allá de intentar desacreditar a Sánchez en un terreno que el presidente maneja como nadie. Puede decir una cosa y otra sin ruborizarse. Ejemplos en la hemeroteca hay para los 365 del año. Por tanto, ¿cree Casado que le afecta al presidente su queja? ¿Qué persigue con un victimismo sin hoja de ruta? Y, después, o antes, del lamento, ¿qué hace? Son algunas de las preguntas que deberían hacerse sus asesores, porque en política el quejica siempre gana, pero en el primer tramo de la carrera. A estas alturas, seguir repitiendo que Sánchez no le coge el teléfono es una estrategia cortoplacista, en el mejor de los casos. En el peor, puede ocurrir, como ya se percibe, que Casado no tiene alternativa. O que no la quiere tener, a la espera de que los ciudadanos se cansen y en la próxima cita electoral, le voten a él. ¡Los votos caídos del cielo!
Casado es un buen parlamentario. Sube enteros cuando sus discursos están armados y tienen contenido. Sin embargo, no cuentan sus asesores con que las sesiones parlamentarias las controla el Gobierno, con la pandemia: ahora, si; ahora, no… en función de la conveniencia de los intereses de Sánchez y, sobre todo, con que la Oposición ocupa pocos minutos en los informativos de televisión, que cierra siempre el Gobierno y que permite a los televidentes quedarse con el último mensaje que ve y escucha. Quedarse únicamente en los discursos ensayados, conlleva un deterioro en la imagen del presidente del PP. Genera unas expectativas que después no se ven satisfechas con acciones que enganchen a posibles votantes.
Susanna Griso abordó los temas de actualidad sin lograr que Casado diera otro titular que el que llevaba preparado: ¡Sánchez no me llama! no quiso hacerle ni un rasguño a Inés Arrimadas, por eso de la posible OPA a Ciudadanos, ni entrar a saco con el resto de asuntos de actualidad, lo que le desdibujó, una vez más. A ello contribuyó también, que, en la misma franja horaria, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, era entrevistado por Ana Rosa Quintana, en TeleCinco. Presentado como regidor y portavoz nacional del PP, para evitar las suspicacias de que se aparta del cargo nacional para no tener problemas. Almeida aterrizó las cuestiones de actualidad con brillantez y elocuencia. Desde por qué acompañó a Sánchez en su visita a La Paz, en lugar del consejero de Sanidad de Ayuso, hasta cuestiones que no son de su competencia municipal, como es la subida de impuestos en la Comunidad de Madrid, pero que le dan discurso ante los madrileños. Almeida actúa hábilmente como portavoz de los populares cuando le interesa apuntalar su imagen, y se aparta cuando los problemas le pueden generar problemas. Utiliza como nadie la socarronería y sabe lidiar con sus dos gorros cuando la situación lo requiere, lo que evidencia aún más la debilidad de Casado.
Contraponer a Almeida con Casado es un error de coordinación garrafal del PP. Y, sobre todo, cuando el subalterno le da tres vueltas al jefe.
¿Quién dirige la estrategia de los populares? Yo no.
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