Que ‘Cuentos Chinos’ fue un aborto televisivo -por mucho que escandalizara el término, cuando publicamos un primer análisis a principios de septiembre- era algo que tenía claro todo el sector. Ya solamente con los derroteros que estaba tomando el programa antes, siquiera, de su estreno, podría afirmarse que no iba a llegar a buen término. O, directamente, que nacía muerto.
Desde el principio, las cosas no fueron bien. Como argumentó cierto directivo crítico de Mediaset, “una hiena no pasa de la carroña a la dieta vegana de un día para otro y resulta creíble”. Así fue. Jorge Javier después de estar metido en algunos de los charcos más escabrosos de la historia de Mediaset y de haber disparado contra todo lo que se le ponía por delante, no podía convertirse en un tierno angelito en un mes. Tampoco La Fábrica de la Tele, especializada en alimento para buitres, era capaz de venderse como una productora ‘blanca’.
Así pasó. El programa se topó con dificultades para encontrar invitados (mucha gente con memoria de los golpes recibidos en otros tiempos y otra tanta sin interés por acercarse a un jaco perdedor en la carrera televisiva) y ni el esfuerzo de La Fábrica de la Tele por mostrar que ahora eran ‘chicos buenos’ -con evento incluido- consiguió disipar ese sentimiento y la aceitosa y espesa sombra de ‘Sálvame’, que se ha convertido ya, por derecho propio, en una de las marcas malditas de la historia de la televisión en España.
Tampoco ayudó el plantel de colaboradores, con personajes polémicos como Anabel Alonso, la Rubiales de ‘Masterchef’, o Antonio Castelo, acusado en su momento de acoso sexual a menores. O la promoción del espacio, en la que algunos arcanos quisieron ver pellizcos de monja a Ana Rosa Quintana, por sus declaraciones sobre Usera y los chinos.
Un trío de conveniencia que no se traga
Ahora toca apuntar otra cuestión por la que, hasta ahora, se ha pasado de puntillas: la propuesta de ‘Cuentos chinos’ con Jorge Javier y La Fábrica de la Tele es, según se conoce en el sector, una solución de mínimos. En realidad, el interés de la nueva cúpula directiva de Mediaset, con Alessandro Salem a la cabeza, pasaba por liquidar y enterrar todo lo que pudiera vincularse con la productora favorita de Paolo Vasile.
El problema de Salem, según apuntan los ‘gargantas profundas’ de Mediaset, es que pensó que lo que iba a encontrarse aquí era otra cosa, y no un patatal televisivo. El complejo Ana Rosa no daba para más después de adjudicarse la mitad de la parrilla de Telecinco y tampoco había mucho más dónde elegir dentro. Fuera, ni siquiera eso, ya que Mediaset se ha convertido en un grupo incómodo y nada molón para trabajar.
A Salem no le quedó más remedio que recurrir a lo único que tenía a mano. Pero todo el mundo sabe que ese trío sólo está (o estaba, que a saber cómo queda eso) unido por un interés, y éste ni siquiera ha cuajado.
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