El papa Francisco murió en la mañana del pasado lunes 20 de abril. A través de un comunicado, El Vaticano reveló el desenlace clínico que llevó al deceso del pontífice, detallando una cascada de eventos patológicos que culminaron en su fallecimiento.
El análisis post-mortem indica que la principal causa fue un accidente cerebrovascular, o ictus, desencadenado por una interrupción del flujo sanguíneo cerebral, ya sea por oclusión o hemorragia. Asimismo, el informe médico destaca la presencia de comorbilidades significativas, incluyendo diabetes mellitus tipo 2 e hipertensión arterial, factores de riesgo conocidos para eventos cerebrovasculares.
Además, se detectó bronquiectasia, una enfermedad pulmonar crónica caracterizada por la dilatación y debilitamiento de las vías respiratorias, predisponiendo al paciente a infecciones pulmonares recurrentes.
La reciente hospitalización del pontífice por neumonía -una complicación frecuente en pacientes con bronquiectasia- pudo haber desempeñado un papel crucial en la evolución fatal. El ictus resultante precipitó un colapso cardiocirculatorio, definido como la incapacidad del sistema cardiovascular y pulmonar para mantener la perfusión tisular adecuada.
El ictus puede afectar directamente las áreas cerebrales que regulan la función cardíaca, o inducir edema cerebral, causando desplazamiento de tejido y disfunción orgánica multisistémica. Además, en algunos casos, el ictus puede coexistir o precipitar un infarto de miocardio, contribuyendo al fallo cardiocirculatorio.
Así pues, la secuencia de eventos patológicos que llevaron al fallecimiento del papa Francisco se describe como un ictus, complicado por comorbilidades preexistentes y una reciente infección pulmonar, resultando en un colapso cardiocirculatorio irreversible.
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