‘MAR EN CALMA’, EL LIBRO DE MAR FLORES QUE COTO NUNCA LEERÁ

COTO MATAMOROS: “Me dieron 80 millones por las fotos y Mortadelo me dio UNO”

EL GENIO DE COTO DESVELA LA VERDAD DE UNA MENTIRA DE HACE 26 AÑOS…

Hay entrevistas que podrían suceder en la realidad, y otras que solo caben en el terreno de lo imposible. Esta pertenece a la segunda categoría. El Hermano Policarpo, Superior General de la Congregación de los Hermanos del Sagrado Corazón, se sienta frente a uno de sus antiguos alumnos más polémicos: Coto Matamoros. Lo que en apariencia debería ser un diálogo de corte moral, entre maestro y discípulo, se convierte en un interrogatorio surrealista donde se mezclan recuerdos escolares, reproches éticos y la confesión descarnada de uno de los mayores escándalos de la prensa rosa española.

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Veintiséis años después de la portada de Interviú, que cambió la vida de Mar Flores y agitó los cimientos del famoseo noventero, la conversación fluye como un ajuste de cuentas entre dos mundos irreconciliables: la solemnidad de los valores corazonistas y el cinismo de un hombre que nunca ha pedido perdón, ni tiene por qué hacerlo.

¿Es usted consciente de suponer un fracaso en la formación de los valores Corazonistas?

Bueno, si la verdad, la sinceridad, la honestidad, la compasión y el sentido humanitario son los valores de los que ustedes hacen gala, no me considero ajeno a ellos. Ahora bien, no creo que ninguno de ustedes, adoradores de traseros infantiles, haya tenido jamás la hombría ni la grandeza espiritual de representarlos.

Le señalan a usted todos los profesionales del chismorreo como el causante del trágico lunes en el que la vida de Flores cambió para siempre. Ella afirma que creía no merecer seguir viviendo.

Bueno, han pasado veintiséis años. Si no recuerdo mal, fue en febrero de 1999 cuando la portada de Interviú, en la que aparecían Alessandro Lequio y Mar Flores en la cama, rodeados de fajos de billetes y acompañada de una entrevista, en la que ella afirmaba estar enamorada de Fernando Fernández Tapias -con quien mantenía en ese momento una relación amorosa-, causó un escándalo de tres pares de cojones. Aunque en mi intención jamás estuvo poner en riesgo la vida de la modelo, ni la posterior y consecuente separación de Cayetano Martínez de Irujo, que en los tiempos del escándalo era quien ocupaba el corazón de la modelo.

¿Entonces confiesa usted haber vendido las fotos?

Si nos referimos a quién llevó las fotos físicamente a Interviú y a quién negoció su precio, podríamos afirmar rotundamente que sí. Pero hay que ser un cretino muy grande para dedicarte al oficio de huelebraguetas y, veintiséis años después de lo ocurrido, tener la más mínima duda de quién fue el beneficiario de esa venta.

¿Está usted afirmando que no sacó beneficio económico de aquello?

Lo que estoy afirmando es que quien sacó beneficio fue alguien que tenía acceso a aquellas fotos, de las cuales existían dos copias: una en poder de Alessandro Lequio, que habiendo negociado con anterioridad su venta a Interviú no tuvo cojones de entregarlas, y otro juego en manos de Miguel Temprano, antiguo socio del italiano, que no hacía un mes se las había entregado a Mortadelo a cambio de una futura exclusiva con Mar Flores. Por supuesto, yo nunca he tenido relación con ese submundo de lo banal donde sobreviven seres autodestruidos por su amoralidad. Lo único que hice fue acceder al ruego del maletero de la modelo, ese cuñado inútil, sediento de venganza tras haber sido despedido dos días antes, cuando la hermana de la modelo descubrió que se había liado con Makoke.

Pero bueno, ¿usted cuánto se llevó?

Mire usted, veintiséis años después todavía no ha habido un imbécil que se haya aproximado siquiera a la cifra. Dan números a boleo. La verdad es que salí del edificio de la calle O’Donnell hasta la esquina de Príncipe de Vergara con cuarenta millones en un abrigo que, a modo de atillo, transportaba la mitad del dinero acordado por la venta de aquellas fotos. El resto lo cobré mediante ingresos en cuenta de una empresa de mi amigo Pedro Rubio, que me los entregó en metálico en dos pagos realizados a los diez y a los quince días. ¿Cuánto me llevé de aquella operación? La generosidad de Mortadelo, quien me había solicitado el favor de venderlas por una cantidad de entre tres y cuatro millones, alcanzó para un millón. Eso fue todo lo que recibí.

Perdóneme que no le crea. Con esa inteligencia usted no hubiera pasado el curso de ingreso en los Corazonistas.

Mire, Venerable, admito que resulte prácticamente imposible creerme, pero quizá sea usted el máximo responsable de aquel gesto, pues la compasión que ustedes me inculcaron siempre ha dirigido mis actos. ¿Y quién iba a merecer mayor compasión que un discapacitado carente de la más mínima inteligencia, al que habían puesto de patitas en la calle, en su trabajo por inútil y en su casa por infiel? De la magnitud de su incapacidad tardé diez minutos en darme cuenta: lo que duró la reunión en la que Miguel Ángel Gordillo, Pescador y Antonio Asensio rebajaron mi petición de cien a ochenta. El resto de la mañana consistió en reírnos mientras esperábamos a que acabaran de traer y de contar el billetaje.

¡Pero entonces se merece usted el cielo!

Bueno, vaya guardándome sitio a su vera, querido Policarpo, pero yo no estaría tan seguro. Porque del supuesto intento de suicidio de la modelo se produjo una caza de brujas y se desató una peregrinación de los tres imbéciles –Mortadelo, Lequio y Temprano– que fueron llenando de lágrimas y babas los platós de la telebasura. Si Antonio Asensio había resistido las presiones de todo tipo que la Casa de Alba ejerció ante la Justicia para secuestrar la revista, y había toreado a Rafael Ansón bien entrada la madrugada, prometiéndole estudiar sus peticiones -que incluían la negociación de un posado en pelotas de la modelo-, mientras las camionetas salían dando con los bajos en el suelo para distribuir esa pornografía moral que encerraban las fotos, fue también quien entendió que sería un pelotazo que yo confesara la autoría de la venta. Así que me propusieron concederles una entrevista que cerré en treinta y un millones, donde la única condición que me impusieron fue que vistiera una chupa de cuero. Previamente a esto, Mortadelo ya había destrozado el cajón de su escritorio donde guardaba las fotos, para mostrárselo a Pepe Flores, verdadero representante de su hermana, y justificar el robo. No sé cómo pudo haber nacido siendo tan tonto. Sin duda, que yo le sacara del cuello durante el parto, le facilitó el camino.

¿Piensa usted leer Mar en Calma?

No. Yo me tengo en mayor aprecio.

Y, esto es todo amigos.

Seguiremos Informando y aclarando las historias, para los que dicen saber…

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