La diabetes mellitus, una enfermedad metabólica marcada por niveles elevados de glucosa en sangre, puede pasar factura a numerosos órganos, y los ojos no son una excepción. La complicación ocular más habitual es la retinopatía diabética, especialmente frecuente entre quienes padecen diabetes tipo 1 durante décadas. Coincidiendo con el Día Mundial de la Diabetes, los especialistas de Clínica Baviera recuerdan la importancia de vigilar la salud visual.
En España, más de cinco millones de adultos viven con diabetes, cerca del 14% de la población, según la Federación Internacional de Diabetes. Pese a su alta prevalencia, muchos pacientes desconocen que la enfermedad puede dañar la retina de forma silenciosa. “La retinopatía diabética es la principal causa de ceguera legal entre los 20 y los 65 años en países industrializados”, advierte la doctora Marta S. Figueroa, directora de la Unidad de Retina de Clínica Baviera.
El problema es que la patología no suele manifestarse en sus fases iniciales. Sin dolor ni síntomas evidentes, el daño avanza sin que el paciente lo perciba. “Cuando aparece visión borrosa o pérdida de nitidez, la enfermedad ya suele estar más avanzada”, señala Figueroa. Por ello, los expertos insisten en la necesidad de someterse a una revisión del fondo de ojo cada año.
Varios factores aumentan el riesgo de desarrollar retinopatía diabética: los años de evolución de la diabetes, el mal control glucémico, la hipertensión, el colesterol elevado, la enfermedad renal crónica y, en el caso de las mujeres, el embarazo si ya existe diabetes previa.
Detección temprana y nuevas terapias
En los estadios iniciales, los oftalmólogos priorizan reforzar el control de la diabetes y promover hábitos que frenen la progresión del daño ocular. Mantener estables los niveles de glucosa, colesterol y presión arterial, seguir una dieta equilibrada, hacer ejercicio y evitar el tabaco y el alcohol son medidas esenciales. La coordinación entre diabetólogos y oftalmólogos es clave para detectar a tiempo cualquier alteración visual.
Cuando la enfermedad avanza y aparecen complicaciones como edema macular o vasos sanguíneos anómalos, la medicina ofrece alternativas eficaces. Las inyecciones intraoculares de fármacos antiangiogénicos o corticoides ayudan a controlar la inflamación y el daño vascular. En los casos más graves, tratamientos como la fotocoagulación láser o la vitrectomía permiten preservar la visión. “La combinación de terapias disponibles es hoy muy efectiva, sobre todo cuando se aplica a tiempo”, concluye la especialista.
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