A Tony Iommi, guitarrista de los míticos BLACK SABBATH, los excesos del pasado le han dejado unas secuelas evidentes. Tan es así que asegura ver nada menos que fantasmas. ¡¡Fantasmas!! ¡Bufff….! Este sí que se debió de fumar, en su día, no unos brotes de marihuana, sino plantaciones enteras… Y eso en el mejor de los casos, y entre otras cosas…
Nuestro amigo asegura hoy, en pleno siglo XXI, cuando han pasado más de 35 años del dudoso suceso, haber advertido la presencia de un fantasma. Fue allá 1973, en un viejo castillo que el grupo adoptó como estudio para la grabación del álbum Sabbath Bloody Sabbath, y en el que, a juzgar semejantes declaraciones, se debieron de fumar la cosecha de todo un año según entraron la puerta. Tony, favor… que no hemos nacido ayer ni nos hemos caído de un guindo…
Todo esto puede sonar a ironía y hasta a mala leche, pero no. No es extraño que la, más que fantasmal, fantasmagórica visión de Tony Iommi tuviera lugar en la etapa en la que el grupo (esto es un hecho…) estaba ya instalado en el más desaforado consumo de alcohol y sustancias estupefacientes. Sólo así se explica que Iommi sea capaz de asegurar que mientras caminaba los pasillos del castillo con Ozzy Osbou (cómo no. El que faltaba…), ambos vieron adentrarse en una habitación la sombra de alguien… o de algo… o de… yo qué sé. De aquello que seguramente sólo la hierba, en el mejor de los casos, sabe lo que es (si es que es algo, que ya es mucho decir): “¡Puedo explicarlo!… ¡no estoy loco! ¡él estaba ahí, mirándonos fijamente!…¿ qué no me creéis?… (… sssssniffffffff….)”.
Dicen que vieron una sombra. Ya sería una nebulosa más bien… una nebulosa gigante que abarcaba todo el ángulo de visión de los componentes de BLACK SABBATH. Porque allí no había ni uno que se privara de nada, tal y como habían advertido un año antes, en su jactanciosa canción ‘Snowblind’ (del álbum Vol. 4). No mentían, desde luego.
Esa espiral demencial fue la que no mucho tiempo después, tal y como admitirían los propios componentes, fue secando la fuente de creatividad del grupo, tal y como quedó reflejado en dos obras de poco más que aprobado, como fueron Technical Ecstasy (1976) y Never Say Die (1978), al tiempo que las tensiones fueron creciendo y el fin de la etapa de Ozzy Osbou al frente de la banda se precipitó.
Como siempre, la moraleja es invariable en este caso: Las drogas no traen nunca nada bueno. Cuando las consumes, y más de forma tan abusiva, te destrozan la banda, y te dejan su recuerdo, hasta el punto de que varias décadas después, aún admites haber visto fantasmas en un estudio de grabación. Como diría D. Carlos Mesía de la Cerda en Poesías Hasta Cierto Punto: “De lo que deducir podrá el más bolo, que un mal suele venir… rara vez solo”.
Que no, Tony, que no… que no hemos nacido ayer, hijo…
Alberto Manzano Ben