En el monumento funerario de Willian Shakespeare, en la “Holy Trinity Church” de Stratford, hay una lápida con un epitafio (compuesto el propio escritor antes de su muerte) que dice:
Buen amigo, Jesús abstente
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras
y maldito el que remueva mis huesos.
Y los ingleses lo han respetado a rajatabla, a pesar de existir una leyenda que afirma que en la tumba fueron también enterradas las obras inéditas del genio. Está claro que Ian Gibson no pasó allí y sus pasos se desviaron hacia Granada en busca de los huesos de nuestro Lorca. Pero, si traigo al recuerdo esta “repesca” de la Historia es que últamente estoy obsesionado y estudiando a fondo esa asignatura que se han inventado los vencidos de 1939: Memoria Histórica. Pues si de remover el pasado se trata vamos a ello. Hoy quiero reproducir parte del texto de una carta que en 1945 causó pacto a nivel mundial. Fue la que le escribió y le hizo llegar al Pardo Ramón Serrano Súñer a Franco, pidiéndole, jugándose el tipo, una reforma profunda del Régen que había salido de la victoria en la Guerra Civil. Había que tener bemoles para decirle a Franco, en aquellos momentos de endiosamiento y dictadura férrea, cuando el Caudillo y Generalíso era como un dios para los españoles, que había que licenciar a la Falange, democratizar la Dictadura y traer la Monarquía (o sea, hacer una Transición, como se hizo 30 años después). Pero, es que aquel año de 1945 Franco y su Régen estaban en las cuerdas, dado que habían ganado la Guerra Mundial los enemigos de sus amigos. Dicho en plata que Hitler y Mussolini lo habían perdido todo, hasta la propia vida, y que allí estaba entre los vencedores el dictador Stalin, que a toda costa quería la cabeza de Franco e incluso el poder colgarlo cabeza abajo como hicieron sus comunistas italianos con el Duce. A pesar de ello Franco estaba dispuesto a resistir (y resistió).
Bueno, pues a pesar de ello Serrano Suñer se plantó en el Pardo y en persona le dijo a Franco que España estaba enca de los hombres y que había que sacrificar lo que hubiera que sacrificar bien de la Nación… y dicho esto pasen y lean el texto resumido de aquella CARTA A FRANCO. Sin comentarios.
Madrid 3 de septiembre de 1945
Excelentíso Señor Don Francisco Franco Bahamonde
Jefe del Estado Español.
Querido Paco:
Hoy hace tres años que salí del Gobierno presidido ti. Meses antes de cesar te confesé con ingenuidad sin cuidarme de buscar ningún efecto político que tenía perdidas mi ilusión y mi fe en nuestra empresa. Desde entonces, física y moralmente maltrecho, hubiera necesitado no ya sólo un completo alejamiento de toda actividad pública, sino incluso algún tiempo de toda otra privada o profesional para recomponer en parte mi salud destrozada y serenar mi espíritu. Si el segundo no estuvo al alcance de mis medios materiales, sí tuve firme voluntad para mantener del modo más absoluto el prero. Lo que ya no he podido ello es superior a las fuerzas de cualquier ser consciente es despreocuparme de tanta cosa grave como en estos tres años ha ocurrido. Sobre ellas, sobre la suerte de España, sus posibilidades y caminos, no pretendo haber discurrido siempre lo más acertado, pero la verdad es que, con la visión más entera que alcanzan la observación y la meditación cuando se producen fuera del Poder después de haber vivido metido en él, he pensado tanto que me considero hoy en el deber de ofrecerte estas reflexiones, aunque sólo fueran, que no lo creo, puntos de vista puramente subjetivos, sobre la situación a que políticamente ha llegado el país.
Acaso resulte extraño que lo haga en este momento en el que las mismas gentes más visiblemente presionadas ante el comunicado de Postdam, las que entonces lo creyeron todo perdido, lo consideran ahora, tras el discurso de Bevin, en plena euforia, definitivamente salvado. Más extraviadas las creo ahora que entonces a pesar de que también yo advirtiera el positivo calor del acto producido el Secretario del Foreign Office. Y realmente es de admirar (no obstante las claras y poderosas razones de nuestro desafecto hacia Inglaterra cuya síntesis está en Gibraltar y que los ingleses, precisamente que han demostrado poseer tan alto grado de patriotismo, no dejarán de entenderlas al considerar la cuestión situándose en la vertiente del patriotismo español) el presionante aplomo de aquel pueblo que, vencedor en la guerra más grande de la Historia, derrota en las urnas al principal artífice de su victoria para dar paso a un Gobierno laborista desde el que un Ministro obrero acredite ante el mundo tan gran sentido de responsabilidad. En el punto a que han llegado las cosas del mundo no se podía esperar tanto. De tal manera que el tan apetecido triunfo de Churchill no hubiera podido ofrecernos, aún queriéndolo él, lo que inesperadamente ha traído el triunfo de Attlee. Todo hay que agradecerlo a la providencia de Dios, pero sería insigne insensatez valorar aquel discurso como absolución de nuestra política y garantía de nuestro presente y venir. Bien al contrario. La recta interpretación del beneficio que nos reta es ésta: cuando ya teníamos cerrados todos los caminos, sin el más pequeño espacio para maniobrar, al borde mismo del abismo, se nos ofrece, ¡otra vez!, la posibilidad de hacer algo…
Ahora la realidad bien distinta a la que se nos ofrecía cuando empezamos en Salamanca llenos de pureza ideal nuestra tarea es que el signo político entonces en auge ha sido destruido con la derrota militar del Eje y que las democracias han quedado triunfantes aunque amenazadas de otros males. Entonces hicos lo que convenía al ser y poder de España. Estábamos obligados a aprovechar la coyuntura de una transformación política de Europa para así lograr una presencia interesada en las cuestiones del mundo y para recobrar algo del rango y poder que otro tiempo tuviéramos. Yo, que en lo episódico y en lo personal haría hoy casi todas las cosas de modo bien distinto a como entonces las hice, no me arrepiento sin embargo de la línea fundamental de nuestra política de entonces que tuvo, ¡entonces!, plena justificación.
Permíteme que intente poner ¡ya es hora! Unas ideas en orden frente a tanta habladuría y confusión: en 1931 padeció España una República que fue inotuna y anacrónica que contrariamente a la ilusión y buena fe de algunos políticos liberales que trabajaron su instauración, al proletario español acompasado a las corrientes universales no interesaban las libertades civiles sino la igualdad económica. No deseaba ver triunfante la democracia liberal sino la revolución socialista, que era la cuestión de nuestro tiempo como herencia del capitalismo y la democracia. Por eso la República fue ponente para contener el terror de las masas y acabó colaborar con él. La derecha española se aprestó a la defensa. La guerra civil la provocó el últo Gobierno republicano. La Falange, entonces incipiente, no creyó la claridad y valentía de su jefe, en la reacción posibilista…
Así las cosas el asesinato agentes del Gobierno de un hombre relevante, Calvo Sotelo, jefe moral de oposición a aquel régen, movió a todas las fuerzas conservadoras (desde la extrema derecha hasta los republicanos moderados y no marxistas) a unirse en torno del ejército, para atajar la revolución.
Desgraciadamente el 18 de julio no pudo ya ser un golpe de estado que la revolución estaba ya eficazmente armada y si antes provocó entonces resistió. Fue una cosa mucho más terrible: la guerra civil…
Pasados muchos meses de guerra victoriosamente conducida fue preciso pensar en la fórmula política útil para resolver en la paz los problemas de la vida española; y el trastorno que en ella produjera la contienda armada bien valía la pena de aprovechar aquella otunidad ¡única! Para hacer un reajuste a fondo de la misma que intentara ganar la altura de tanto sacrificio y dolor como costara…
Por todo ello a partir de abril de 1937 (decreto de unificación) el moviento nacional, prero apolítico, tuvo una doctrina, una organización política y un jefe. Pero no hay que engañarse, la diversidad de los elementos fusionados quedo latente y decidió para siempre la neutralidad política del Estado. La Falange no fue nunca la fuerza básica del Estado. Sólo en tiempo ya lejano luchó hacerse sitio. Luego no hizo más que cuidarse de su permanencia en el disfrute del Poder de cualquier forma y quedó reducida a ser la etiqueta externa de un régen políticamente neutral. En política exterior tuvo una clara significación germanófila. Yo fui resueltamente germanófilo, y, aunque ello fuera físicamente posible jamás cometería la villanía de negar la sinceridad de mis sentientos. Mi amistad hacía los pueblos hoy vencidos fue inequívoca, leal y digna. Leal amigo de ellos pero con el sentido responsable y la dignidad de un verdadero Ministro de España. (En esto y en otras cosas mi conducta fue bien distinta de la de algunos sucesores míos del Partido, ultragermanófilos entonces, neoanglofilos luego, que mientras yo “con muchísa amistad” paré en Berlín y en Berchtesgaden, durante muchas horas de acoso los golpes de la afilada dialéctica de Hitler apremiándonos para que cerrásemos el Estrecho vivo está el testonio del profesor Tovar y del Barón de las Torres, iban los tales, hoy neoanglófilos, a la Embajada de Alemania en Madrid con el “alquila” levantado a hacer méritos informando al extranjero de que mi germanofilia era escasa y poco sincera con lo que cometían la traición de disminuir la autoridad de un Ministro español sobre quien pesaba tan delicada misión…
Nosotros hicos lo que al interés de España convenía durante la dominación alemana en Europa. Con nuestra política hacia fuera, y nuestra pugna un Estado falangista hacia dentro, además de evitar la invasión, positivamente hubiéramos prestado a España un señalado servicio en el caso de una victoria del Eje que en algún momento tuvo grandes probabilidades según la opinión, no recatada, de militares muy calificados. Si el Eje hubiera triunfado España habría tenido un papel en el mundo gracias a nuestra presencia en el Poder. Pero no debemos ahora exponernos a que la misma razón España sea perseguida. Hicos un servicio y debemos consumarlo. Entonces y ahora lo que quisos y queremos es que España se salve auque nosotros perezcamos. Y piensa que aunque el segundo de los hechos que dejo sentados que España no hizo la guerra a las naciones vencedoras sea inconmovible (es un hecho físico que Inglaterra y EE.UU. reconocieron en su día, y que ahora no sería correcto negar, y sería en su consecuencia injusto castigar a España como culpable) es evidente que sea cual sea el últo designio de los aliados para con España la apariencia totalitaria del régen les da pretexto para cualquier agresión. Tan evidente es lo que digo que el Estado al percibirlo con gran retraso ha tomado una serie de rectificaciones parciales destinadas a borrar su propia agen. Esas rectificaciones no siempre son honrosas para Falange ni útiles para España. Ni esa carrera de rectificaciones parciales, ni aquel embrutecido afán de algunos para permanecer a todo trance en el mando desconociendo las insobornables realidades del mundo.
La Falange debe ser hoy honrosamente licenciada con la conciencia de haber servido a España en su momento. Si mañana fuera derribada coacción exterior pesaría sobre ella la vergüenza de haber antepuesto su vanidad al servicio de la Patria. Y aunque ello fuera obra no de la Falange sino de “aquellos jefecillos que piensan que la salud de la comunidad va ligada directamente a su permanencia en el Gobierno” ante la Historia el hecho sería aquel. La Falange en sus mejores días tiene una Historia de honor que ha de ser respetada. No se puede ahora inventar una Falange democrática y aliadófila sin faltar a aquel respeto. Pero lo que es mucho más tante es que España como pueblo, como comunidad, ha de salvarse de la revolución o la invasión a cualquier precio. Ayer fuos nosotros los posibles salvadores. Dejemos que hoy lo sean quienes pueden serlo. Adopte el Estado una nueva fisonomía, pero de verdad y sin pueriles malabarismos…
Respecto al Estado es necesaria la continuidad. No se trata de la caída en lo que se ha llamado una “etapa Berenguer” tópico al que se ha acudido con demasiada vulgaridad sino de la orientación del régen hacia donde sólo es posible: hacia un Gobierno nacional apoyado sobre la base popular extensa y apolítica de un frente nacional que empezará en la extrema derecha para acabar en la zona templada de la izquierda. Todo lo español no rojo estará integrado allí y el Gobierno compuesto hombres eminentes (empezando los monárquicos de mayor respetabilidad, pasando políticos de excepcional valía como Cambó, para terminar en otros del tipo político intelectual de Ortega o Marañón) con nombres resonantes en el mundo será capaz de hacerle entender que la mayoría del pueblo español, miedo a la revolución comunista de la que tiene cruel experiencia, está unido en ese frente nacional detrás de ti para configurar el Estado atemperándose a las realidades del mundo, pero sin entregarse cobardemente a amenazas o exigencias ilegítas…
Ese Gobierno del frente nacional con energía inteligente convocaría y ganaría un plebiscito popular, forma de democracia directa que a la material legitidad del Estado le añadiría una legitidad formal inatacable. Sobre ese plebiscito habrá que asentar la Monarquía nacional tantas veces anunciada.
Todo ello operando con destreza tendría éxito seguro. Porque hoy todavía pero pronto no lo serán son ciertas estas dos cosas: una, que si tú abandonases de cualquier forma el mando del Estado se producirían la anarquía y la guerra civil, para desembocar seguramente en el triunfo de los comunistas…
AVERRORES
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