En la Tierra a sábado, 20 abril, 2024

OTROS PADRES ARRINCONADOS

Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado octubre contra nuestras ventanas,
diste paso al otoño y anocheció los mares.
(Miguel Hernández)

Diego González era un niño de once años que soñaba viajar a Florencia para zamparse mil pizzas, era buen estudiante aunque le aterrorizaba ir al cole; sufrimiento insuperable que le sumió en un profundo desconcierto: “Yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir…” dejó escrito en su particular hasta luego que anula cualquier interrogante del por qué se precipitó a un vuelo de cinco alturas. Cuando leía su despedida; un agradecimiento eterno a su familia escrito con la inteligencia que el corazón despierta y la natural simpleza de su edad, me preguntaba: ¿hasta dónde hay que llegar para que en este país alguien tome la decisión de implantar un sistema educativo que defienda el inalienable derecho a la felicidad de nuestros hijos? Ni siquiera el suicidio infantil, algo que empaña los ojos del más insensible y es reflejo de una realidad repugnante, inmuta o descuadra la idea fija y la negligencia de persistir en imponer, con independencia del partido que mal gobierne, el fracaso demostrado de un sistema educativo basado en la Ley Moyano de 1857.

Nuestros políticos son tan poca cosa que lo único que les inquieta es que pueda saberse que sus colegios son lugares de violencia donde el acoso escolar es práctica habitual. Por eso la hipocresía de su petulancia deja ver cada suicidio como un infortunio, un episodio aislado que son cosas de la vida o algo así. Pero es que además, el sistema educativo oficial, una especie de garantía y depósito del fracaso escolar, al estar basado en la evaluación, la competencia, la memoria y la exigencia, genera la baja autoestima, la inmadurez emocional, la frustración, el aburrimiento, y, en consecuencia, la muerte de algunas de sus víctimas.

El suicidio infantil es un tabú y por eso los palafreneros de la verdad no airean que, según estudios realizados por ellos mismos sobre la población infantil menor de 14 años, el 9 por ciento sufre el principal riesgo de suicidio para cualquier persona: depresión. Tampoco nadie explica a los padres, en esas reuniones escolares que no sirven para nada que no sea para el desatino de planificar clases suplementarias, que los niños no manifiestan la tristeza cuando se deprimen sino que camuflan su síndrome con conductas que exhiben comportamientos airados y violentos, máscara que dificulta sobremanera detectar su verdadero estado.

Cuando la juez de instrucción 1 de Leganés se dispone a archivar la causa, el oportunismo de un circunspecto Rajoy, sacando los colores al decoro, anuncia que pondrá un teléfono contra el acoso escolar. ¿Pero no sostiene la Consejería de Educación de Cifuentes que no existió acoso? Otro brindis al sol ofrece la cortesía de la presidenta madrileña que el lunes recibirá a los padres con la única intención de disminuir un mínimo brote de indignación ciudadana. Porque verán, mientras el director del centro, tratando de escapar de la acusación de negligencia avalado por el consejero de la recibidora, se coloca en la negación de que se haya producido un solo acto de acoso en el colegio, el portavoz de la familia, contrariando la palabra del director, denuncia que hay hechos tenaces que revelan acoso escolar en Nuestra Señora de los Ángeles; María, otra menor, ha intentado el suicidio en reiteradas ocasiones.

Una sociedad evolucionada que mira por su verdadera prosperidad, es la que se obliga a educar su infancia con la delicadeza que supone desarrollar sus competencias emocionales. Para tal fin lo primero sería formar un profesorado responsable consciente de que la prioridad de la educación debe ser el respeto a los semejantes. No hay nada que pueda justificar no poner los suficientes recursos para que no se produzca un proceso educativo permanente, que, desde el primer día de escolarización, desarrolle integralmente la personalidad del estudiante para que adopte una constante actitud positiva ante la vida. Es imperativo para su felicidad que el niño tenga consciencia de sus propias emociones, que aprenda a identificar las emociones del prójimo, desarrolle la automotivación y el sentido crítico. El desarrollo de la conciencia emocional es el acrecentamiento de la empatía. ¿Alguien enseñó a Diego que al sentir pánico perdemos el control de nosotros mismos? No, nadie. ¿Alguien le enseñó a distinguir entre reacción impulsiva y reacción apropiada? No, nadie. ¿Alguien le enseñó a alcanzar el comportamiento adecuado mediante la razón dialogada? No, nadie.

Un político que no sea una indecencia humana no puede nublar su inteligencia haciendo como si no hubiera pasado nada, y, cayendo en la indiferencia ante el suicidio de un niño, llegar a intentar convencernos de que los hechos quizá no fueron como en realidad fueron. Eso le cubre de oprobio y le convierte en cómplice. Una vez más, la incompetencia educativa ha producido el dolor infinito y el arrinconamiento de unos padres destrozados por la tragedia que, en la mitad del trayecto de sus vidas, han quedado encerrados a perpetuidad en la oscura amargura de su existencia.

Antonio de La Española

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