En la Tierra a viernes, 19 abril, 2024

Javier Sierra (‘Otros mundos’): “No busco convencer al espectador, sino estimular su curiosidad”

Este lunes, Javier Sierra regresa a #0 de la mano de la nueva temporada de Otros mundos. A lo largo de cuatro capítulos que le llevarán desde Roswell a Jumilla, el comunicador analiza la evidencia de que puede existir vida en otros planetas de la mano de varios casos que sembraron la duda y el escepticismo en organismos estatales, oficiales e internacionales.

“Hay más verdad cuando reconoces que hay callejones sin salida”, asume el periodista, que arranca la temporada en Vorónezh, una ciudad al sureste de Moscú en la que, en 1989, se produjo un presunto encuentro entre un OVNI y sus ocupantes y algunos de los habitantes de la ciudad. Debido a la cantidad de testimonios, a lo insólito de la información y a la relevancia que le dio Tass, la principal agencia de noticias soviética, su repercusión mediática fue inimaginable, llegando a aparecer en el informativo de TVE.

Tres décadas después, ninguno de los testigos ha desmentido sus declaraciones originales en las que se hablaba de seres de tres o cuatro metros, sumiendo en el desconcierto a los investigadores. Para intentar aclarar este suceso, Javier Sierra viaja hasta la ciudad y busca el parque donde sucedió todo para reunirse con los entonces niños que fueron testigos de aquel descenso. 

¿Por qué pusisteis el foco sobre este caso? ¿Cuál era tu objetivo?

Puse el foco sobre el caso por la repercusión que tuvo en Occidente la noticia. No es normal, nunca había ocurrido antes, que una noticia sobre platillos volantes en una zona remota del planeta abriera telediarios. La sospecha que yo tenía desde hacía mucho tiempo era que aquello fue una maniobra de distracción para desviar el interés informativo de la época. Estamos hablando de un mes antes de la caída del muro de Berlín, había tensión en el politburó y la URSS estaba resquebrajándose por muchos lugares, así que lo que yo creo que intentaron fue coger ese tipo de noticias y focalizar la atención de Occidente ahí.

Yo quería saber que hubo de verdad, de base, de sustrato en aquella noticia de Voronezh. Iba preparado para encontrarme con que no hubiera nada, con que todos los nombres de los niños y la escuela que se citaba en las primera noticias hubiera sido una pura invención informativa… Pero no me encontré con eso, me encontré con que había habido una historia real y unos testigos que entonces eran niños y hoy son adultos de 40 años a los que quería preguntarles qué recordaban. Para ellos, fue una historia importante porque les puso en el foco durante unos días pero el sustrato de la propia historia estaba muy diluido, nadie les había preguntado sobre aquello en 30 años.

Estos casos te han servido para compararlos con lo que tú viviste, ¿te ha hecho a ti afianzarte más en lo que viste?

Con los años, uno se va haciendo más crítico y más prudente porque tienes más elementos de comparación, has entrevistado a más gente y has visitado más lugares donde han ocurrido cosas. Lo de Vorónezh me ha reconectado con la esencia de estas historias: efectivamente, pasó algo, pero yo no puedo decir que aquello eran extraterrestres. Este caso lo comparó mucho al relato de los niños de Fátima, que vieron algo aunque estoy seguro que no era la Virgen.

En el capítulo, el niño se refiere a sí mismo como investigador, ¿esa es la postura correcta, la de enfrentarse a las cosas con escepticismo pero también con ganas de que sea verdad? ¿Es así como debe ser un investigador de este tipo de sucesos?

No sé si es como debe ser pero sí es como yo era. En aquellos años, yo le mandé una carta al pope de estos temas, Antonio Ribera, en la que le preguntaba qué debía de estudiar para ser un investigador importante como él. Me respondió muy amablemente diciéndome que tenía que estudiar inglés porque es en el idioma en el que estaba la mayor parte de la bibliografía interesante de estos temas. Además, me dijo una cosa que para mí ha sido como un lema: en estos temas, hay que estar abierto a todo pero no creer en nada. En el momento en el que crees estás suspendiendo tu sentido crítico, aceptas una idea como verdad y dejas de investigar. Con los años, ese estar abierto a todo te convierte en un pequeño filósofo.

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Se suele decir que, desde que la gente lleva móviles con cámara incorporada, se dan menos apariciones de la virgen. ¿Pasa lo mismo con las intervenciones de extraterrestres?

Eso es relativo. Por ejemplo, muchos de los ovnis que han alimentado la literatura eran cosas que se veían lejos y que, si intentas captarlo con el móvil, se ve una cosa muy lejana que no tiene enjundia. Lo que ha hecho la irrupción de la tecnología es hacernos más selectivos a la hora de enfrentarnos a este tipo de historias. A mí, una lucecita en el cielo no me interesa porque puede ser cualquier cosa.

En la serie hay dos partes: una documental con entrevistas y otra ficcionada. Al ver el resultado final, ¿en qué medida dirías que habla de otros mundos y cuánto habla del tuyo?

Otros mundos es un concepto muy original porque tiene esta doble combinación pero, si lees mi literatura, es lo mismo que hago trasladado a un formato televisivo. No me preocupa que el espectador tenga algún momento de duda acerca de qué hay de verdad y qué de ficción en esta historia porque no busco convencer al espectador, sino estimular su curiosidad, que se quede tan impactado que empiece a tirar del hilo por su cuenta.

Antes decías que, en tiempos convulsos a nivel político, afloraban noticias sobre apariciones, ovnis y demás para desviar la atención. Salvando mucho las distancias, ¿crees que se está viviendo algo parecido con el coronavirus? ¿Tienes alguna teoría conspiranoica?

Mi mirada ante cualquier situación siempre es irme al límite, allí donde se pierde la noticia y empieza otra cosa. Claro, con el coronavirus también pero, ¿dónde está puesta mi mirada estos días? Está puesta en algo que me parece fascinante: hace unos días, saltó la noticia de que Dean Koontz publicó en 1981 una novela en la que ya aparecía que en Wuhan se había construido un virus letal que se expandía por todo el mundo creando una pandemia.

El tío eligió Wuhan, que es una ciudad insignificante, y situó allí la aparición de un virus en un laboratorio bacteriológico. En 1981, no existía ese laboratorio bacteriológico; hoy, el laboratorio de investigación de biotecnología más importante de China está allí, a tan solo 200 metros del mercado donde salió el primer brote del coronavirus. ¿Qué me da que pensar esto? Yo no caigo en el flipe de que el tío sea un profeta, no, lo veo desde otra perspectiva. Empiezo a repasar todos los autores contemporáneos que han tenido vislumbres de este tipo y me encuentro con que, en 1994, Tom Clancy escribe una novela en la que un terrorista roba un avión de pasajeros y lo estrella contra el Capitolio.

Mi perspectiva es preguntarme qué le pasa a la mente del escritor para que, de repente, sea capaz de intuir cosas en su imaginación que después la realidad aterriza. En el fondo, todo esto me lleva a pensar que tenemos algo debajo del hueso del cráneo que te conecta con este tipo de historias. Al final, todo es nuestra percepción: no sé si son extraterrestres, viajeros en el tiempo o si es el almanaque de Marty McFly pero es algo que está aquí dentro, o sea, el origen está aquí y eso me tiene fascinado.

¿A qué personaje mandarías a otros mundos?

Yo mandaría a otros mundos muy lejanos a personajes como Donald Trump. Enviaría lejos a cualquier personaje que esté de espaldas a la cultura, que le ponga barreras a la hibridación de la humanidad, a la mezcla… La historia nos enseña que somos lo que somos gracias a los que nos hemos mezclado. Pensar que un blanco de Texas es más puro que un negro de Zambia es una falacia. La gente que piensa así, a otros mundos.

Seguiremos Informando…

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