Reflexiones sobre la prensa

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El periodista y novelista Carlos González Reigosa reflexiona sobre los males del periodismo español en la infancia del siglo XXI, una década después de que lo hiciera en su libro El periodista en su circunstancia. A continuación transcribos la entrevista publicada la Hoja del lunes de Alicante.

 

“Esos males son consecuencia escribe en el prólogo de la obra el inolvidable Lázaro Carreter de nuestra prescindible libertad y de su mal uso: el encono entre periodistas, el sensacionalismo, la apelación a fuentes indeterminadas, la tendencia a presentar la noticia como espectáculo…Males  que erosionan el crédito de los medios, y, lo que es peor, desinforman a los ciudadanos y condicionan tal vez insanamente sus comtamientos sociopolíticos”. Una especie de decálogo de malas licencias, de perfecciones, de un oficio prescindible para el funcionamiento de nuestra sociedad.

 

¿La libertad de expresión es hoy una realidad cierta en España?

La libertad de expresión es un logro constitucional y una realidad cierta entre nosotros, sin duda. Pero, como ocurre en los países democráticos de nuestro entorno, es una libertad que no se produce en estado puro, sino que está condicionada o mediatizada poderes y fuerzas que influyen u orientan su práctica y su desarrollo. Dicho con claridad, no es una libertad que esté en peligro, pero sí que está más contaminada de intereses que nunca, y esto no es bueno. Y no lo es ni aún admitiendo, como yo admito, que los intereses que se manifiestan lo hacen legítamente. Es la sociedad la que tiene que fortalecerse en sus exigencias, sobre todo en el ámbito periodístico, para contrarrestar los efectos de esa contaminación creciente de intereses, que a veces genera comtamientos claramente indebidos, cuando no condenables.

 

¿Es necesario que la libertad de prensa tenga su contrapartida de responsabilidad?

La libertad de prensa debería incluir, en su propia definición, una contrapartida de  responsabilidad. Un periodista tiene derecho a equivocarse (éste puede ser incluso  su  derecho más tante, como sostiene Peter R. Kann, el mandamás del perio Dow Jones), pero tiene la obligación de rectificar tan pronto como ha descubierto el error. Sin esta contrapartida de responsabilidad, la libertad en virtud de la cual uno puede equivocarse o ser engañado queda completamente desvirtuada.

 

¿Existe crispación actualmente en el periodismo español?

Digámoslo con claridad: hay menos crispación ahora que en el trienio 199396, una etapa en la que se violentaron casi todas las normas del buen periodismo. Pero hoy hay también crispación, lo que ocurre es que está más organizada, grupos y intereses, y se atiene a unas normas que la hacen menos estridente y con menos virulencia ad hominem.

 

¿Sufros una escalada sensacionalista que puede afectar a principios básicos del periodismo?

Esto es ya irreversible. Es unaenfermedad convivencial. El sensacionalismo se ha convertido en una manera de presentar la información para obtener un mayor éxito de público. Es lo que yo llamo “la técnica del carnicero”: se trocea la realidad y se muestra en el escaparate del modo que más conviene para su mejor venta. El periodismo rosa va en vanguardia en este punto, que ha logrado convertir la nada de un donnadie en algo  sensacional, ¿se puede pedir más? Y es evidente que en este proceso los principios básicos del periodismo sufren. Si el periodismo es una lupa que centra la atención del ciudadano sobre un hecho relevante o de interés público, está claro que no cumple su misión cuando esa lupa, en vez de reflejar fielmente la realidad, lo que hace es distorsionarla, deformarla, encubrir alguno de sus aspectos o poner el énfasis en las partes menos interesantes. Entonces lo que hace es desencaminarnos, confundirnos. El periodismo de calidad no puede ceder a la tentación de intentar conjurar el mal de modo que acabe invocándolo, patrocinándolo o ampliando su ruido desorientador. Y esto a veces ocurre entre nosotros,

lamentablemente.

 

Fuentes informativas

 

¿Hay un uso demasiado frecuente de fuentes informativas genéricamente identificadas o anónas?

The New York Tes, en un reciente reconociento de errores informativos sobre las verdaderas razones de la guerra de Irak, admitía que el punto vulnerable (el punto de más difícil de someter a control) está siempre en las fuentes informativas, sobre todo cuando éstas exigen el amparo del anonato para ser volverse más comunicativas. Porque ya se sabe que una fuente es tanto más locuaz cuando más protegida se siente.

 

Esto hemos podido verlo en España en numerosas ocasiones, y lo hemos visto en EE.UU. en el caso Watergate, que acabó con la presidencia de Nixon. ¿Se ha preguntado alguien qué hubiera ocurrido si el célebre Garganta Profunda que “orientaba” a los periodistas Bob Woodward y Carl Berstein los hubiera engañado?

Pues que The Washington Post lo hubiera pasado muy mal, y las carreras de Woodward y Berstein hubieran sido muy distintas, desde luego sin el relumbrón de éxito que los  acompaña desde entonces. Algunos de los periodistas de The New York Tes que informaban hace un año sobre Irak y que tenían buenas fuentes en el Pentágono y en el grupo de iraquíes que encabezaba Chalabi no tuvieron la misma suerte: sus gargantas  profundas estaban dispuestos a colocarles como fuese su información (en realidad, desinformación) sobre la existencia de armas de destrucción masiva en poder de Sadam Huseín. Y se la “vendieron” bien. Ahora se ha repasado el proceso informativo y se ha descubierto el punto débil: la fuente informativa que, amparada una identificación genérica, intoxica facilitando versiones emponzoñadas o splemente falsas, al servicio de sus intereses. Decía el filósofo Arthur Schopenhauer que la “libertad de prensa debería ir acompañada de la más severa prohibición del anóno”. No es necesario llegar a tanto. Pero confiarse en exceso a veces se paga caro.

 

¿Cree que ha aumentado la confusión entre información periodística y espectáculo?

La espectacularización de la noticia, es decir, la conversión en espectáculo de un hecho o proceso informativo, es una consecuencia perversa del acercamiento del periodismo a las industrias del entreteniento o del tiempo libre, sobre todo en la televisión. El espectáculo debe existir, es legíto y necesario que exista, pero no debe invadir el territorio del periodismo que la consecuencia es siempre una anexión desvirtuadora. El resultado final es una “Disneylandia de las noticias” donde es ya más tante la técnica narrativa que el hecho noticioso en sí. ¿Tiene solución este mal? Lo tiene y en apariencia es sple: se trata de regresar al buen periodismo, a la exigencia profesional, al rigor, y olvidarse de los trucos expositivos y de las técnicas del guión de series  televisivas. A la postre, lo periodístico no está en la forma, más espectacular que sea, sino en el fondo, en el corpus estrictamente informativo.

 

¿El principio de separación de información y opinión sigue sufriendo transgresiones?

Es sabido que información y opinión no deben mezclarse, pero es igualmente sabido que se mezclan. Sin embargo, considero que se ha dado un paso en el buen camino al admitirse como una regla de oro del periodismo de calidad que la mezcla es mala y, aún peor, perversa, que invade la parcela de reflexión del lector sin antes haberle facilitado una información suficiente sobre la que formarse un criterio. Noticia y opinión son platos muy distintos y su mezcla es en general tóxica. ¿Ejemplos? Hay demasiados todavía. Repásense, si se quiere, los diarios de más tirada sobre el llamado “caso Alierta” o sobre la comisión parlamentaria del 11M. El respeto a los manuales de estilo se desvanece a veces.

 

Periodismo en serie

¿Puede explicar el fenómeno de periodismo uniforme, cómplice que acepta con facilidad prejuicios y sobreentendidos? ¿Está en auge, se mantiene o disminuye lo que usted ha bautizado como “efecto jauría”?

El “efecto jauría” es el mal que se produce cuando un periodista sucumbe a la tentación de dar buena la información facilitada otros a fin de avanzar más rápidamente en una línea de investigación que supone correcta.

 

¿Qué ocurre cuando se descubre que la verdad queda en la dirección contraria y que todos han estado subiendo una escalera periodística de peldaños podridos?

 

Ocurre que alguien ha sido vícta de un ejercicio profesional irresponsable. ¿Y qué le llamo“efecto jauría”? Porque cada uno de esos mismos periodistas, cuando actúa en solitario, es competente, responsable, exigente, parcial, independiente y soberano. ¿Por qué se transforma cuando actúa en grupo? No quiero extralitarme, pero quizá las mismas razones que los ciudadanos normales se convierten en linchadotes en la película “La jauría humana”. Es decir, que, sin darse cuenta, han emitido un juicio colectivo que ni les corresponde a ellos ni lo asumirían individualmente. Hay algo peligroso cuando un periodista se convierte en coro, masa, grupo o multitud.

Un periodista debe sentirse siempre solo frente a una información. Así no fallará. Seguro. Y en este sentido hay que decir que hemos mejorado respecto de hace diez años.

 

¿Peca el periodismo español de pesismo, de propensión fatalista en el cumplineto de su función social?

El escepticismo en un periodista es algo bueno; el pesismo es siempre malo. El escéptico pregunta, insiste, duda, desconfía. El pesista persiste en atribuir a cualquier situación la mayor perfección posible, sin datos que avalen sus palabras. La realidad es que no deberíamos permitirnos crear males aginarios cuando estamos condenados a sufrir tantos de verdad. Por eso me parece tan reprobable que en EE.UU. Muchos medios de comunicación, anados la Casa Blanca, no dejen de asustar a la población con continuas alertas sobre posibles nuevos atentados terroristas. Extender el miedo con los peores vaticinios puede dar votos, pero no hace mejores a los ciudadanos ni fortalece la democracia. El pesismo no ilumina la realidad sino que la oscurece y contribuye a fomentar la desesperanza y el desaliento.

 

¿Está el periodismo sometido a las modas perantes, adolece de un análisis exigente y riguroso, de ese deber de ir más allá de los estereotipos?

Según el académico Francisco Rodríguez Adrados, vivos una etapa presentista, en la que sólo es noticia lo que ocurre cada día, lo que es y está presente. El periodismo incumple su misión al someterse a la dictadura del carril informativo, olvidándose de hacer el seguiento de otras informaciones de mayor calado que no tienen un acto llamativo que justifique incluirlas en la agenda del día. El sociólogo francés Gilles Lipovetsky sostiene que somos súbditos del “perio de lo efímero”, que es justamente el de la moda. Los periodistas (y el periodismo en general) no somos una excepción. Cada vez nos sometemos más a clichés, a estereotipos, a splificaciones genéricas, con la consiguiente pérdida de profundidad y de capacidad verdaderamente informativa. Nos justificamos diciendo que nos devoran las prisas, y es verdad, pero lo que verdaderamente nos devora es la  complacencia ante unas modas a las que nos plegamos con mucha menos resistencia de la debida. Unas dosis de reflexión y de análisis  nos pondrían a salvo de concesiones innecesarias e injustificables. El presentismo no debe ocuparlo todo si queremos hacer un periodismo inteligible en el tiempo y capaz de formar a los ciudadanos.

 

Alarmas injustificadas

¿Vivos una dramatización de lo banal y una banalización de lo dramático?

Todos los días. ¿Qué no es alarmante ya? Suben los pisos y tenemos la alarma de una burbuja inmobiliaria a punto de estallar. Luego no estalla, pero nadie nos librará del susto que acompaña a estas alarmas, que, otra parte, son recurrentes, y vuelven a cada tanto… Uno se sienta delante de un televisor y asiste a un proceso de dramatización de la realidad, la cual, otra parte, además puede ser dramática, y con frecuencia lo es. Recuérdese la tragedia terrorista de Beslán (Osetia del Norte).

Era un hecho terrible. Pues bien, mientras unas televisiones informaban de lo que estaba ocurriendo en otras Coto Matamoros y el aprendiz Kiko seguían con su placable  dramatización de lo banal, y nadie los detuvo, ni siquiera los abandonó la audiencia.

 

¿Cuál es la situación actual de la relación de los medios con el poder, y en particular, con el poder político?

Lo peor es la polarización, es decir, que el poder político se convierta en el eje respecto del cual se posicionen los medios. La tentación política de los medios existe, ciertamente, pero no como una aspiración de lograr directamente el poder político, sino como la expresión natural de su relación con sus lectores, sus oyentes o sus televidentes, los cuales, a su vez, tienen unas afinidades o querencias políticas en cierta medida coincidentes. La formación de grandes grupos de comunicación y la superación de viejas “guerras digitales”, hacen pensar que estamos más bien ante estrategias de mercado que ante estrategias para alcanzar el poder político.

 

¿Tenemos un periodismo excesivamente politizado?

La polarización política no es un mal en sí, siempre y cuando los medios no vayan más allá de dar una referencia de su posición, sin convertir ésta en una condición apriorística frente a la realidad. Lo  tante es que el conjunto mediático represente de algún modo a las fuerzas y pensamientos en liza. Porque, en el territorio de la opinión, todos son bienvenidos. Lo malo y siempre hay un mal es que no es sólo en el territorio de la opinión, sino también en el de la estricta información praria, en el de la noticia, donde anidan los excesos. Y esto es peor. Porque un periodismo excesivamente politizado es splemente un mal periodismo o un periodismo depauperado. La realidad se compone de mucho más que política, y en Europa las preras páginas de los periódicos aparecen ya con frecuencia aligeradas de esta información. Probablemente en España ocurrirá lo mismo dentro de poco, y las opiniones de algunos políticos que hoy ocupan preras páginas, serán incluidas en espacios más acordes con su propia naturaleza coyuntural, efímera o meramente propagandística.

 

¿Ha mejorado o se ha empobrecido el periodismo español en esta últa década? ¿Se atreve a hacer una predicción al respecto?

En términos generales, el periodismo español ha mejorado, y su nivel en estos momentos no está debajo del que se hace en los países vecinos de la Unión Europea. Los males a los que hago referencia están también presentes en la prensa británica, en la francesa o en la alemana, sólo que con diferentes énfasis. Si tuviese que hacer una predicción, ésta sería  claramente esperanzada. El periodismo español, con todas sus contaminaciones lógicas, es un periodismo de prera fila. Y, si los dueños de los medios de comunicación se dan cuenta de que el últo secreto de la calidad está en la recuperación del compromiso periodistasociedad, el saldo será todavía más favorable. Ésta es mi esperanza. Porque todo hay que decirlo el camino contrario se va hacia la desnaturalización de este prescindible oficio.

 

 

“El periodista tiene que ser un observador comprometido”

 

¿Esta usted de acuerdo con la afirmación de que cada vez se habla menos de periodistas y más de profesionales de los medios?

Es una realidad preocupante, que pudiera ocultar la realidad de que periodista y profesional no fuesen términos sinónos. El periodista tendría un plus de compromiso social del que estaría liberado el profesional de los medios, sólo comprometido con su empresa y, en general, más conformista y aséptico. La realidad es que el periodista tiene que ser un observador comprometido, y lo tiene que ser también cuando se presenta como profesional de un medio. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia está en que ha cambiado la forma de trabajar (las noticias antes estaban en los bares, ahora llegan el fax o el correo electrónico), pero ni ha cambiado la misión de los medios ni la del informador.

 

¿Se podría decir que está en su plenitud la figura del mediadorprofesional?

Es verdad que se está poniendo una agen favorable de la profesionalidad, sobre todo entre quienes hacen periódicos o programas informativos en radios y televisiones, pero no creo que el deslizamiento semántico oculte nada grave. Más bien es una moda, otra moda más. Cuando en el periodismo alguien afirma: “Yo soy un profesional”, está poniendo el énfasis en unos valores de parcialidad, de serenidad, de equilibrio y también de conociento profundo de su oficio. Cuando dice: “Yo soy un periodista”, el énfasis se pone en los conceptos de independencia, compromiso social, agitación de ideas, capacidad de denuncia, etc. Pero, si se lleva la reflexión hasta sus últas consecuencias, se observa que estamos hablando de lo mismo. No estaríamos ante un buen profesional si renunciase a lo segundo, ni ante un buen periodista si no tuviese las condiciones que caracterizan al buen profesional de un medio de comunicación. Periodista y profesional son aquí la misma cosa…, si no nos empeñamos en inventar un abismo. Yo espero que ese abismo no surja, que sería el fin del periodismo tal y como lo hemos entendido en el últo medio siglo. Y esto sí que sería grave. Pero no ocurrirá. Una sociedad moderna y democrática genera su propia demanda de un periodismo capaz de satisfacer sus necesidades informativas. Ésta es nuestra últa gran garantía.

 

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