El céntimo de mi abuela

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ZP sacaba las pancartas a la calle: “No a la guerra” “No al cénto sanitario” “No a los abusos de la derecha” “No a no”…

 

Hace unos años, la subida de la renta per cápita de los españoles conseguía que muchos de los que hasta entonces eran dignísos trabajos (fontaneros, barrenderos, albañiles…) fuesen destinados a los inmigrantes. Mi abuela me contaba que Londres estaba plagada de negros que barrían las calles, baldeaban las aceras y recogían las basuras. Me llamaba la atención, no entendía nada… Negros que friegan… Si aquí para hacer de Rey Negro en las Cabalgatas de Reyes tienen que pintar al churrero con un corcho de champán (hoy cava).

 

Y mi abuela me seguía relatando sus vidas, vividas y reencarnadas en cada una de las de sus hijos. Tres de ellos emigraron en su día a Venezuela, a la tierra del dictador Chávez. Entonces, era una tierra próspera y en la que no faltaban las otunidades para los súbditos de la “Madre Patria”, o para cualquier otro que quisiera trabajar. Pero, al igual que otra de sus hijas que estuvo en Alemania, y dos más que se fueron a Australia, lo que recibieron fue la otunidad de quedarse, lo del progreso y comprarse coche llegó después de veinte años de sacrificio. Como en los programas de Isabel Gemío la abuela se reencontró con sus reencarnaciones a la vuelta de la tortilla. A sus hijos, les habían echado de Venezuela una dolarización salvaje, pasando de hijos de la “Madre Patria” a hijos de la “Gran Puta”. De sus más de cuarenta años de trabajo, de su hotel y de sus sueños, queda lo que cuentan sus hijos, mitad indios (como Chávez) y mitad quijotes como el resto de los españoles.

 

Me tengo que poner un baypass (creo que se escribe así) en el hospital universitario de al lado de nuestra casa (Alemania, Inglaterra, EE UU) me cobran un huevo… ¿ qué no te vas a España? Allí no hay problema te caes en el aeropuerto o te mareas en el hotel y cuando llegas al hospital les dices que no puedes respirar y te hacen una revisión que alucinas. Te cambian el corazón, las arterias y lo que haga falta y después el cirujano y su equipo se sienten orgullosos de haber salvado otra vida. El gerente del hospital, lo apunta en el lado de SANIDAD LIBRE Y GRATUITA PARA TODOS, y que lo pague Salgado con los céntos recaudados.

 

La abuela murió de un constipado. Estaba fuerte como un roble, pero al llegar el médico a su casa comentó: “Si la hospitalizamos tendrá que estar en un pasillo, será atendida dependiendo de sus expectativas de vida (pocas se quería marchar) y además ocupará una cama destinada a un alto ejecutivo (alemán, americano o paquistaní, que más da) que había hecho caso a los que le anunciaban que en España la solidaridad es tan grande (quijote) con los de fuera, que cuando te rompes una pierna en una Comunidad (Histórica o no) te curan. Eso sí, si no eres de aquí.

 

A los pocos días nos encontramos con el testamento de la abuela. La señora notario nos leyó con voz calma y emocionada lo que nos dejaba. Los últos diez años los pasó en una residencia de ancianos (hubo que cambiarla dos veces el buen trato al que sometían a nuestros viejos los encargados de hacérselo más fácil y feliz). Y con cara extrañada nos dijo: “…Les deja esta caja de madera que tiene dentro cuatro céntos y una nota”. El cofre, además de un papel amarillento redoblado tenía: una perra gorda, una perra chica, diez céntos con la cara de Franco y un cénto de euro. La notario con mo, volvió el papel a su estado natural y leyó: “Queridos hijos y nietos. El abuelo y yo hemos trabajado duro, hemos sido honrados y hemos pasado la vida sin dejar de pagar nuestras deudas y colaborar con nuestros tributos. Dicen que la mejor herencia es una buena educación, lo siento pero no pudos estar cerca de vosotros cuando de esas labores nos teníamos que haber ocupado, estábamos eslomándonos. Os llamará la atención que en mis casi noventa años sólo haya ahorrado”…  Y siguió: “La perra gorda (perrona) se la dio a vuestro padre durante la guerra una gran señora que tenía un caserío con vacas. El abuelo me dijo que debíamos guardarla que sería la prera piedra de nuestro despegue (a los pocos meses todos mis hijos navegaban a otras tierras en busca de una otunidad). La perra chica (perrina) se le cayó a un fraile de los que venían al pueblo el día de la fiesta, era la prera vez que recibía algo mis besamanos. Los diez céntos de Franco son para recordar las ágenes de mi vida. La que tanto odié. Y ahora, que no estoy entre vosotros, os diré que lo miréis con cuidado, que sino lo recordáis, la historia se puede repetir. Y el cénto de euro se lo dejo al Ministerio de Sanidad, los gastos. Aunque nunca hemos tenido coche, ni hemos echado gasolina, espero que no os lo reclamen, dicen que es el cénto de la solidaridad.

 

 

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