La campaña comenzó con tintes totalitarios. El aparato de propaganda de los socialistas, los Zaragozas, los amontillados, y otras facciones, se colgaron en el pecho y en la espalda el mensaje nazifascista del enemigo. La propaganda estalinista y de los cachorros de Hitler compartían elementos comunes de seducción y convicción sentental. Ambos identificaban a los judíos y a los revisionistas con las ratas que habitan en las cloacas de la ciudad, dispuestas al asalto en caso de que los partidarios bajen la guardia. El PSC ha salido de campaña con el eslogan más infame que se recuerda en la historia de nuestra democracia. Lo del dóberman fue sólo un ensayo. Esta vez se han lanzado sin el disfraz de la metáfora.
Esto es lo que queda de la campaña. En la playa de la Barcelonesa yacen los restos de esta siembra del odio, los desechos de una batalla política vulgar, violenta, y sostenida con algunas afirmaciones deleznables. El mito del progreso ha vuelto a morir, esta vez en el oasis catalán. Bandas de macarras, iletrados, maulas más que maulets, energúmenos sin más causa que un independentismo paleto, han hecho caso de esos carteles que señalaban al enemigo de Cataluña y han salido a dar mamros a la puerta de los mítines del Partido Popular. Dicen algunos comentaristas de la radio que no representan a la sociedad catalana. Claro que no. Lo que sí traduce el ser y el estar de los catalanes es la indiferencia con la que se ha seguido toda esta sucesión de agresiones.
Es lo que nos queda de la campaña. Quizá nadie recuerde este fin de semana un solo argumento positivo del nuevo estatuto. La prera maniobra del socialnacionalismo ha sido el intento de enviar a los populares a la clandestinidad. La segunda, una guerra interna, entre familias, hacerse con la próxa candidatura socialista. Si tuviéramos que elegir el valor moral de los contendientes, a mí no me cabría ninguna duda. Prefiero un Maragall que pierde a menudo la cobertura pero es capaz de un momento de lucidez para salir a favor de Rajoy y condenar las agresiones, a un Montilla que justifica las agresiones. Elegir a Montilla como candidato sería como poner al jefe del piquete de director general de la empresa. Como ministro ha sido nefasto. Como presidente podría alcanzar el nivel de letal.
Hablamos de un partido que además de hacer carteles electorales, está a punto de expulsar de sus filas a Rosa Díez.
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