LA LECCIÓN DE ALEMANIA

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Hemos ido a pasta, y hemos vuelto trasquilados. Colean todavía en las radios, en todas menos en  las de Prisa y en Radio Nacional, las palabras del ministro alemán: “España no se va a hundir 25.000  inmigrantes que lleguen a sus islas”. Claro que no, ministro, España no se ha hundido, todavía, motivos más graves, así que ni nos molestamos   unos miles de subsaharianos, ni los otros miles liberados después de que expirara el plazo para repatriarlos.

 

No ocurre nada, y el que avente las alarmas unos cuantos “sin papeles es un alarmista y un insensato”. El ministro alemán era escéptico pero después de hablar con Rubalcaba es un perfecto convencido. Ya nos lo decía Caldera, siempre oculto este hombre, ¡hay que ver!, con lo que disfrutaba en otras épocas viéndose en televisión, ¡lo que ha cambiado! El gobierno español dijo que no practicaba el efecto llamada, que podía venir todo el que quisiera, que había papeles para todos, regulaciones masivas y viajes en autobús hasta la selva de Madrid o la jungla de Barcelona. Y aquí los tienen. Ahora, dice el alemán, que no nos pidan dinero, que España lo resiste todo. Y hace bien. Que la factura la pague Zapatero.

 

Nuestro peso en Europa es ridículo. Nuestra influencia en los rumbos de la unión es irrelevante.  Nos hemos convertido en un país de servicios, un hipermercado donde las empresas  se venden baratas. Montamos el tenderete para  hacer de trileros con el turista alemán, le enseñamos la bolita de gas natural, y va y nos acierta en el juego y se lleva la pasta. Cuando vamos de utopía nos sentos generosos, pero cuando tenemos un problema queremos que Bruselas nos saque las castañas del fuego.

 

Creo que el colegio de periodistas de Cataluña debería hacer  un informe sobre estas cosas, para enseñarles a los alemanes con quien se juegan los cuartos.  

 

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