La vida de las empresas, con crisis o sin ella, es una vida compleja. Obedece a un sinfín de razones y a motivos diversos que requieren decisiones que muchas veces son difíciles de entender y que demandan de una aproxación delicada a quienes buscan penetrar más allá de la epidermis de las compañías.
Recientemente, alguna empresa de campanillas ha tomado decisiones difíciles relacionadas con reducciones de plantilla en paralelo con medidas incentivadoras de sus cuadros directivos. La reacción de algunos conspicuos líderes de opinión no se hizo esperar. Los adjetivos se agotaron hasta el punto de que muchos de ellos recurrieron al fondo de armario en busca de descalificativos para definir la decisión de la empresa como consecuencia de la desproción existente entre negocio y plantilla.
Ni un solo argumento de gestión empresarial en los razonamientos de muchos tertulianos y articulistas y hasta el gobierno, a través de su ministro de Trabajo, afirmaba que no era un buen momento para producir ajustes de plantilla “en un tamaño tan tante”.
Ni una previa ojeada a los libros de texto para refrescar conceptos tales como que la reestructuración de plantillas es la fórmula principal para regular los excesos de capacidad instalada o que en tiempos de crisis las reestructuraciones no se hacen para ganar eficiencia –que también, sino mera supervivencia, aunque es igualmente cierto que muchas empresas ven la otunidad para “reducir grasa”, sin poder justificar causa objetiva suficiente. No fue el caso; splemente se recurrió a la emotividad y esta no esta contemplada como metodología en la cuenta de resultados, ni en los manuales de la buena practica periodística.
Los EREs, hasta que no se demuestre lo contrario, son un instrumento legal y hay ocasiones dolorosas en que no hay más remedio que acometer una serie de medidas para asegurar tanto la continuidad del resto de los trabajadores como la competitividad de la empresa.
Existen mil y una razones empresariales en donde sustentar la decisión adoptada las empresas que recurren a tan drástica medida, y prueba de ello fue el silencio de los sindicatos. Tampoco resulta legíto señalar que todo esto va con cargo al contribuyente que los EREs, ya que hay ocasiones en que el coste de los recortes salen de los beneficios de la compañía que debe provisionar un centaje para hacer frente a esos gastos.
No deja de ser sorprendente que esta beligerancia a la hora de criticar y adjetivar una decisión legíta de una empresa saliera de profesionales procedentes de la televisión pública y que se vieron afectados/beneficiados el ERE acometido la RTVE que se deshizo de más de 4.100 trabajadores, con un coste para el Estado de 1.300 millones de euros.
El emotivismo periodístico se engrandecía en la medida en que se vinculaba los recortes de plantilla de España con el plan de retribuciones a directivos y ello salía de medios que han sufrido y están sufriendo fuertes recortes de plantilla y suculentos repartos de comisiones como consecuencia de operaciones financieras que buscan la viabilidad del negocio.
En el mundo de la empresa, mandan los accionistas, la cuenta de resultados y la gestión, y mezclar otros conceptos puede conducir a la demagogia y al populismo. Y todo ello nos conduce a una mala praxis periodística.
Carlos Díaz Güell, es editor, profesor de la UCM y consultor de comunicación empresarial