A A la mitad de la profesión periodística que lo conoció y también a quienes apenas le trataron, se les ha ocurrido escribir hoy sobre Fraga, Don Manuel, que era como le llamaban en su partido y, sobre todo, algunos que le hemos podido entrevistar en la Transición y que estamos vivos para contarlo, que como bien ha escrito Rosa Montero en El País, no era fácil adentrarse en esa aventura en aquellos turbulentos años. A mí, poner un ejemplo menor, me los puso de corbata, cuando en pleno directo en la vieja y querida Radio Miramar de Barcelona, donde entonces trabajaba, me colgó el teléfono en directo y en pleno informativo del mediodía, que insistí en preguntarle algo que no quería contestar. Y se quedó tan pancho. A la siguiente semana, le ví en Madrid en su despacho, de la mano de Jorge Verstringe, que entonces era el Secretario General del partido, donde me atendió con una amabilidad exquisita, que rozaba incluso el afecto aquello del paisanaje. Dos horas más tarde, armó una de las suyas en el Congreso de los Diputados, en una de esas intervenciones en las que el precio de los garbanzos formaba parte esencial de su diatriba contra los socialistas. Era así y mucho más. Cada uno de nosotros hemos escrito a su costa mil titulares y contado infinitas anécdotas. Ayer, al conocer su muerte, no sé qué, me vino a la mente lo del dichoso Calendario maya que anuncia, según nuevos estudios, no el fin del mundo, sino un cambio de ciclo en nuestro planeta, algo que en el caso del Partido Popular, parece haberse cumplido con la desaparición de este hijo de Vilalba, que nunca olvidó a su pueblo natal, y que pasó la vida con uno de los grandes líderes que la derecha española ha dado a este país durante el siglo XX. Sus fervientes seguidores y sus numerosos enemigos nunca le olvidarán, puesto que Don Manuel Fraga, si que tuvo dos virtudes que le son propias. Una cabeza privilegiada y, sobre todo, que a nadie dejó indiferente a lo largo de su dilatada existencia. Descanse en paz.
Manuel Fernando González
Editor y Director