Los estereotipos en el lenguaje

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Es frecuente que nos encontremos con estereotipos en el lenguaje cotidiano. Así, se habla de formas de ser asociadas a una profesión o zona geográfica –incluso desde el humor, una forma más de lenguaje- o de perfiles con una etiqueta, como ‘el intelectual’ o ‘el ejecutivo’. Incluso en materia de diferenciación hombre-mujer, de comportamientos que esperamos sean más propios de uno u otro género. Encontramos así, en nuestro lenguaje, frases como: “sé que estoy generalizando, pero esta persona es realmente así (como esperaba)…” o “no pareces de tal región, o de tal profesión…” o “tal persona era la típica…” ¿Os reconocéis en estas frases?

Es evidente que nos sirven estas etiquetas, ya que están de manera común en nuestro lenguaje. Es más, se basan seguramente en hechos constatables. Pero sabemos también que son generalizaciones y que no todas las personas responderán al estereotipo. Por eso las usamos: porque nos ayudan sobre todo a comprender más rápido la realidad que estamos conociendo. Nuestro cerebro genera asociaciones automáticamente para ahorrarnos trabajo y toma una parte como un todo. Nos preparamos mejor para adaptarnos a esa realidad.

Ahora bien, este manejo de estereotipos no es gratuito -como no es inocente el lenguaje-, ya que sucede entonces que vamos con una expectativa sobre una persona, es decir, hay algo que esperamos de su comportamiento en una determinada dirección. Y una prueba de esto es que a veces nos sorprende cuando las personas no responden al mismo, es decir, a todas las características que asociamos a esa etiqueta. Y esa sorpresa puede ser gratificante o decepcionante para nosotros. Y en ese mismo instante hacemos responsable a la otra persona de algo que no es suyo, y es que de algún modo parece que debe responder al perfil de la etiqueta o estereotipo que le hemos atribuido. Y aunque nos basamos en hechos, estos no son de esa persona concreta y, lo que es más importante, ella no es consciente de todo nuestro proceso mental…y emocional.

Así, podemos, sin darnos apenas cuenta, anticipar valoraciones de otras personas y perdernos una excelente herramienta para la relación personal: la sorpresa y la escucha auténtica.

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