Campeón

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“La falsedad tiene una perenne primavera.” (Edmund Burke)

Una reciente encuesta realizada por SigmaDos por encargo de la productora La Fábrica de La Tele, ha arrojado unos resultados esclarecedores sobre la opinión que tiene formada el público de “Sálvame” -ese programa al que hay que concederle plaza destacada en el fomento de la incultura- sobre los ilustres colaboradores que a diario exhiben su deficiencia personal y colectiva y que son el sesgo del mal gusto que reina en nuestro tan querido país.
Esa gente que, abdicando de la felicidad, sacia su anacrónica curiosidad por la vida de los demás asesinando su tiempo y muriendo de aburrimiento ante un televisor, sorprendentemente, tiene una opinión formada sobre las estrellas de la telebasura. Según la empresa especializada en estudios de opinión, la audiencia ha decidido conceder la medalla de oro al colaborador más odiado a Paquico Matamoros ¡Eh! Creo que rondaría la mezquindad robarle méritos a ese genio de la comunicación que hablando con prosopopeya, durante años, hizo creer a ancianos, parados y amas de casa en horario de recreo, que Dios le consulta algunas decisiones. Porque el intolerante de carácter agresivo que no sabe medir cuando detenerse, un triste que ni en un siglo de televisión conseguiría levantar una sonrisa, ha hecho todos los méritos para ser odiado. Pero es que todavía hay más; a semejanza de esos atletas que arrasan en diferentes distancias, también ha ganado por goleada la medalla de oro al más falso ¡Eh!

Al final hasta ese público de escayola se ha acabado por dar cuenta de que el repertorio de excusas del campeón resultaba ridículo. Han acabado por descubrir que su sinceridad queda limitada a los datos que constan en su carnet de identidad. Se han debido convencer de que la facturada ceguera de este indigente de la verdad no llegará nunca salvo que Vasile le suelte una pasta gansa por sacarse los ojos en directo con una cucharilla de café. El querido público (así lo refería la voz menos femenina del dúo Enrique y Ana) ha debido encontrar sospechoso que los invitados anunciados por el programa como desveladores de los secretos de la condición del campeón, cayeran del cartel anunciador sin explicación alguna. En fin, que se han acabado por enterar de que no es quien decía ser un personaje al que ya no tragan, el sicofante que parecía la voz de la conciencia pueblerina y al que ha sentenciado la encuesta como un hazmerreir. Un afectado que no repara en hablar de cualquier cosa expresándose con una precisión mínima y deficiente. Un extravagante a quien, por encima de todo, le gusta hablar de sí mismo mientras eleva su discurso plañidero que rompe con momentos de intermitencia mental; silencios que son fugas de concentración, pensamientos invisibles que hacen calcularle la incapacidad de dominar más allá de un centenar de palabras. Tan es así, que ni contando con la colaboración de la dirección de la cadena –protección que le ha permitido vetar cualquier testimonio negativo para su credibilidad- ha sabido servirse del lenguaje necesario para crearse una realidad que convenza a un público de legaña y descafeinado. ¡Un genio!

Pero que no decaiga su ánimo. No es exagerado decir que el odio que le profesa la audiencia es su mayor garantía de permanencia en el plató. Sin él, Sálvame sufriría una merma importante. Los desocupados no se sentarían cada tarde ante el electrodoméstico para insultar a esa persona a la cual el arte de difundir la difamación debe tanto. Y además, que coño, felicitemos deportivamente al ganador: tras una vida de eterno segundón, ya era hora de que quedará primero en algo. Y encima, por partida doble.

¡Suerte!
Antonio de La Española.

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