UN TERREMOTO EN EL QUE PUEDEN HABER MUERTO MILES DE MARROQUÍES

Un Rey, dos reyes, un hermano… Le grande Mosquée Hasan II

MOHAMED VI DE FIESTA EN PARÍS MIENTRAS MARRUECOS SUCUMBE

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Hace más de treinta años viví en Casablanca. Hasta allí había llegado de la mano del efebo de Germán Sánchez Ruiperez, propietario del Grupo editorial ANAYA, un tal RAVA, que era como él y su abogado, llamaban al Toyota que se había comprado con algo que pilló de su salida del diario ‘El Sol’. Al llegar al aeropuerto casablanquino me di cuenta de que aquello no había cambiado en los últimos cien mil años. Todo olía a falta, a escasez, hambre y sonrisas de color marrón, con los dientes destrozados por el agua que no hay. ¡Marruecos no existe! El Parque de Atracciones de Mohamed y sus niños, Sí. Y sus palacios en Europa y Marruecos siempre dispuestos con comida, calorifugados… Todo para el uso y disfrute de un Rey que pasa de los que le mantienen ahí arriba… El vasallo tenía un contrato en el que se contemplaban sus obligaciones y las de su señor. En el caso de que el señor pasase de sus vasallos le podían mandar a pastar… En el Atlas hay mucha hierba, pues a pastar, perdón, ¡a fumar!

Hacía frío y los pasillos eran demasiado largos para andarlos con la prisa que nos proponían los guardias de gris, con plumeros sucios amarillentos en las hombreras, ¡Corre! porque cerraban la aduana. Al llegar a la zona de declarar, les dije que lo que llevaba era para el director del Maroc Hebdo, creo recordar. Pero era demasiado jugoso: cucharas, muñequitos tocando la trompeta, la diosa Cibeles y algo de tecnología de pueblo. Abrieron mi maleta, se repartieron todas las quincallas que llevaba y se descojonaron de risa en mi cara. Me daba igual, eran regalos para los prebostes…

Salí del aeropuerto agarrándome los pantalones y llamé a un taxi. Consigo uno y aparece un Mercedes de color amarillo, con los asientos en el suelo, con olor a moro, con el techo negro de humo, con las ventanillas rotas, con una cachimba. El conductor que se llamaba Isham no dejaba de sonreír y decirme que estaba para todo, para lo que quisiera. Os podéis imaginar las pintas del colega: americana tres tallas grande de cuerpo y seis de manga, camisa de color indefinido, pantalones raídos y llenos de brillos, sudados y mordidos por los asientos, y de zapatos unas pequeñas chistorras marrones con color de polvo del desierto. Entablamos una buena conversación, que terminaría en una eterna amistad, que nos unió para casi siempre, ya que llevamos los diez últimos años sin poder darnos besos y abrazos… Le propuse que, como iba de martes a viernes a trabajar a aquella maravillosa ciudad, que por qué no cerrábamos un acuerdo de colaboración: tú me llevas y estás sólo para mis necesidades y yo cubro las tuyas. Recuerdo que me dijo que ganaba dos mil pesetas al mes. Tenía un presupuesto de veinte mil al mes para moverme y fue lo que le pagué en los casi dos años que estuve de arriba abajo. Mi única condición: que tus hijos (dos, niño y niña) salgan de la calle y se dediquen a estudiar, si lo hacen y lo aprovechan te mantengo las veinte mil leandras, hasta que terminen la formación. Hoy Mohameduino es mi hijo Médico y Fátima es mi bebé, tiene tres niños y es profesora. Fátima ha enseñado a leer, a escribir y sobre todo a amar y enseñar a amar a los demás. Son mis niños, nacidos del amor del corazón, ¡Anda! como los niños de Mohamed. Bueno, vale, de esos, de los del Rey, alguno ya es culturista o tiene su propia página de fitness…

Al día siguiente, de camino a la redacción, iba pensando qué les contaría a los del Maroc Hebdo y a los del Maroc Soir, que también me esperaban para venderles los restos de las promociones de la quincallería hispana. por cierto, muy apreciada para colocarla de decoración en salones al gusto de los Alawies. Las ciudades marroquíes están llenas de almas limpias que viven de rebuscarse la vida, como los dominicanos, pero con un control tan férreo que da miedo pensar por si se enteran los de la policía del estado.

Comí el mejor cous-cous del mundo en casa de Isham. Fuimos juntos al entierro de un familiar y pude ver y oler la muerte allí, en directo, viendo cómo ponían al finado en un sudario y mirando a la Meca. En todas las situaciones, la sonrisa socarrona, el pedir perdón con la mirada… ¡Increíble! Gentes que son capaces de ver comer a los turistas y observar cómo desprecian muchos de los manjares, que ellos jamás probarán. El miedo, la resignación. Y, son capaces de ayudarse unos a otros. Al no tener nada, nada pierden…

Cuando llegué a Casablanca hacía muy poco tiempo que habían inaugurado La Gran Mosquée Hasan II de Casablanca. El gran Rey Hassan II había obligado a los artesanos de todas las zonas de su sometido reino a que fuesen a colaborar, gratis et amore, y pagando los materiales que debían trabajar, a mayor gloria de un tipejo que jamás miró por su Pueblo. Los marroquíes, tapón histórico de las aspiraciones de los ISIS para llegar al Alandalus, ayudan a Europa y con ello a España, pero a qué precio. Yo no quiero una Gran Mosquée como el Valle de los Caídos… Qué curioso que una dictadura afrancesada niegue la posibilidad de que ayuden a sus ciudadanos desde la Francia de Macron y Bonaparte. Los ciudadanos son, en este caso, una vez más, rehenes de su Rey. En la entradilla hablaba de señores y vasallos, pues que se lo apunten. Viví feliz con los moros de Casablanca y flipé con sus costumbres y sus vírgenes y mártires, además de sus comidas de hambre y tajín.

La sociedad marroquí está y vive acojonada en un estado totalmente policializado a unos niveles que da asco. Por el aquél de controlar el terrorismo de iSIS, se pasan por el arco del triunfo al Pueblo Saharaui, a la ONU y, por supuesto, todos los derechos de los marroquíes, en un ataque con los EEUU al frente. En Marruecos, para aquellos que tengan duda sobre la forma del estado, éste es una Dictadura parlamentaria, dirigida por un sátrapa que mata de hambre a su Pueblo y se pasa el día de fiesta y cachondeo en sus palacios de toda Europa y medio mundo. ¿Qué asunto tendría entre manos, que no le dejó salir de París a atender a sus súbditos muertos de terremoto?

Años más tarde viajé con mi mujer y pude comprobar como aquello seguía igual que hacía un millón de años. Comimos en la Plaza de Yamaa el Fna con dos niñas y su papá que tenía cáncer de estómago y se estaba muriendo de dolor. El Rey tiene derecho, los súbditos, NO.

Y como siempre le dije a su papá de Mohamé: ¡VIVA EL GUTI!…

Seguiremos Infopinando…

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