MANDRIAS DE VERANO

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Un año más, ‘El Debate’, la tribuna de los propagandistas católicos y del siempre bien retribuido Bieito (y sus deudos), ha decidido torturar al lector con una columna de Mariano Rajoy (no, M. Rajoy no) sobre el fútbol. “A quien madruga, Dios le ayuda”, titula el primer tormento. Oiga, tal vez por eso salió usted de Arahy de noche y trastabillando. Pero no ahondemos en la herida de quienes nos dejaron lo que tenemos. Nada de esto es extraño, sobre todo en un medio donde sienta cátedra Carmen Martínez Castro, ‘coach’ de primer nivel y experta en comunicación política que podría escribir -alguna broma había que meter- un manual de todo aquello que no debe hacerse en la materia.

Es curioso cómo, en plena canícula estival, los medios se llenan de colaboraciones esperpénticas que pretenden ser profundas reflexiones. En esta ocasión, el protagonismo se lo lleva Rajoy, cuya pluma sigue igual de torpe que su andar aquella noche. “A quien madruga, Dios le ayuda”. Una frase hecha que sirve como excusa para cualquier desvarío sobre el deporte rey y que, en manos de Rajoy, se convierte en una oda a la trivialidad.

Mientras tanto, el panorama político y social español sigue su curso. Nos encontramos en una época en la que las decisiones cruciales parecen postergadas por las vacaciones, dejando espacio para columnas inanes y debates vacíos. Es en estos momentos cuando personajes como Martínez Castro encuentran su lugar.

Esta ‘coach’ de primer nivel, con su dudosa pericia en comunicación política, podría llenar páginas enteras con ejemplos de lo que no debe hacerse en su campo. Y no es la única. En cada esquina del panorama mediático surgen voces que, lejos de iluminar al público, lo sumen en una confusión aún mayor.

Pero no nos engañemos, esta situación no es nueva ni exclusiva de un sector. La prensa en general, y ‘El Debate’ en particular, siempre ha tenido una inclinación por lo pintoresco y lo superfluo, sobre todo cuando las aguas políticas se calman por el calor veraniego. Es en estos momentos cuando figuras como Rajoy resucitan de su letargo político para ofrecernos sus perlas de sabiduría. Y lo hacen sin rubor, con la misma naturalidad con la que otros se toman un gazpacho en la terraza.

En el trasfondo de esta escena, España sigue su curso. Los problemas reales, esos que afectan a la gente de a pie, se mantienen en un segundo plano. La economía, la sanidad, la educación… Todos ellos son temas que parecen esperar a que el calor afloje y la seriedad vuelva a las redacciones. Mientras tanto, se nos bombardea con trivialidades, distracciones que, aunque puedan parecer inofensivas, contribuyen a una desinformación generalizada.

Quizá, en el fondo, esto no sea más que un reflejo de una sociedad que, agotada por la rutina y los problemas cotidianos, busca refugio en la banalidad. Y así, columnistas como Rajoy encuentran su audiencia. Una audiencia que, resignada, lee sus palabras con una mezcla de escepticismo y resignación, sabiendo que, en el fondo, esto no es más que un espectáculo de verano.

En fin, lo de siempre con el estafermo -Pedrojota dixit-, que mientras España se va a tomar por saco, él a lo suyo, pan y fútbol. Si ya lo dijo aquél: joder, qué tropa.

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