El victimismo es un patrón de comportamiento y una herramienta de manipulación que obedece a un sesgo paranoide de la personalidad, mediante el cual un sujeto adopta el rol de víctima con la intención de culpar a los demás de sus conductas. Su objetivo es ganarse la compasión de terceros como defensa frente a supuestos ataques, evitando así aceptar la responsabilidad de sus actos y las consecuencias de los mismos.
La líder del PSPV y ministra de Universidades, Diana Morant, trasladó recientemente su cariño y afecto hacia el orfebre de titulaciones, José María Ángel Batalla, tras la hospitalización de éste, por un supuesto intento de suicidio. La futura aspirante a la presidencia de la Generalitat manifestó: “En estado de shock y rotos de dolor por el estado de José María Ángel. Todo mi cariño y afecto hacia él y su familia en estos momentos tan duros, después de semanas de acoso. José María, ojalá que te recuperes lo más pronto posible. Estamos a tu lado”. Posteriormente, en una entrevista concedida a TVE, la secretaria general habló de un linchamiento mediático hacia su excompañero de partido, señalando que “esta cacería humana ha tenido estas consecuencias”. Por su parte, la ex jornalera del parque acuático y actual delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, afirmó: “Algún día tendrá que llegar el momento de parar y, de una vez, respetar”.
Esta corriente victimista pretende utilizar el sentimentalismo, como estrategia para manipular a incautos y evitar las consecuencias de las acciones de Batalla y de su esposa, Ninet -subdirectora del Museo Valenciano de la Ilustración y Modernidad, que hasta la fecha no ha podido acreditar el título universitario que le reporta 90.000€ anuales-. Con ello, se busca justificar lo injustificable y hacernos olvidar que los hechos son sagrados y las opiniones libres, una separación radical entre información y opinión que constituye la esencia del periodismo. Lo que pretenden las plañideras socialistas es la desaparición de la objetividad y que el periodista de bufanda organice la realidad a partir de categorías preconcebidas.
El espectáculo lacrimógeno protagonizado por dirigentes del PSPV y algunos medios sería, en cierta forma, previsible si no recordásemos el tratamiento político y mediático que se dio en su día a la fallecida Rita Barberá. Una doble vara de medir que ignora la violencia del acoso, el insulto y el escrache que sufrió desde la izquierda la ex alcaldesa. Se la persiguió por una posible mala gestión que, tras su muerte, quedó claro que no existió, al ser absuelta de toda culpa cuando se archivaron las causas que interesadamente la señalaban como presunta corrupta. Recordemos que esa situación judicial llevó incluso a que fuera expulsada del PP a petición de su propio partido. La posibilidad de ser imputada en el caso Nóos convirtió a Barberá en muñeco de pim, pam, pum, pese a que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana nunca la investigó más allá de su condición de testigo. Tal y como señaló Francisco Camps, la mayor injusticia fue que muriera sin poder defender su honorabilidad. Nadie se lo permitió.
Como para que ahora nos vengan las sociópatas de Morant y Bernabé a dar lecciones con su patrón persistente de manipulación, donde no admiten ni remordimiento ni culpa por las acciones de los suyos. El problema no es que falten lágrimas, es que sobra teatro. Steve Maraboli lo resumió con claridad: la mentalidad de víctima diluye el potencial humano; al rehuir la responsabilidad personal, se renuncia también al poder de cambiar las cosas.
pedro de aparicio y pérez de Lucentis
