LA CUOTA DE CALDERA, o de cómo pensar con el mojón.

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Como los escritores, cada gobierno elige su tradición. Hay quien prefiere a Churchill, mientras otros se inclinan Adenauer o De Gasperi. Los hay que buscan su parecido en Chávez o en Castro. Hasta ahora hay pocos itadores de Morales, en estilo y vestenta, y nadie dirá que su modelo es Chirac, ni en lo público ni en la intidad del Elíseo. El nuestro, nuestro gobierno, mucho que brame Federico Jénez, no se parece a ninguna de las dictaduras más o menos musculadas, más o menos legitidas, de la América profunda, que no está como suelen decir en Texas o Missouri. Nuestro ejecutivo ha encontrado su tradición en Pro de Rivera, el general, que quiso terminar con la lucha de clases vía de decreto ley, o en Marcelino Domingo, que siendo ministro de agricultura de la República propuso forrar todos los despachos de los ministerios con corcho para terminar con el excedente de cosecha de la corteza de alcornoque.

La de nuestro gobierno es también una España excedentaria de corcho, un país flotante y a la deriva, de un material que se puede trocear, pulverizar y laminar para hacer suelos, decorar paredes o troquelar tapones de cava, de vino peleón, o de sangría. La últa ocurrencia alcornocal es de Caldera, el que regaló un mojón a su Salamanca para reparar con la pedrada la expropiación del Archivo. En la estela casi perdida de Domingo y de Pro, Caldera nos ha regalado la igualdad decreto. Los consejos de administración, las direcciones de empresas, las candidaturas, y cualquier organismo donde haya sillas que repartir, deberán tener el cuarenta ciento de mujeres. A mi me hubiera gustado el 60, que es una cifra demográficamente más cercana al peso real de las señoras, pero reconozco que aunque somos una “democracia avanzada” nos faltan ganas de perfección

En un tebeo de Mortadelo, Caldera sería el Pepe Gotera. Las cuotas en política son lo correcto llevado a su máxa expresión de becilidad, y en la empresa privada son un signo más de la estulticia de un ministrillo que desconoce lo que es el mercado, el trabajo, y la competencia. Como suele suceder en este ejecutivo, la delantera la tomó Bono, Otilio de la política, que pronunció aquella frase “marxista” de “más mujeres, es la guerra”. En lugar de garantizar la igualdad de otunidades elinando reglamentos y trabas, el gobierno pone la otunidad de las igualdades, para suprir la elección arbitraria de los consejos, formados machorros misóginos, y abrir la puerta al centaje femenino. Pronto llegará la cuota para terminar con la homofobia, o  para romper con la discrinación religiosa, con la marginación de los vagos y la insotable postergación de los forrabolas y seremos además de una nación de naciones una cuota de cuotas. Y al que se niegue le harán un traje de corcho con capirotes ¡Qué aburrido debe de ser el ministerio de trabajo para que tengan que llegar a estos extremos! Se aburren todos, tanto que van diciendo que Caldera, cada mañana, antes de sentarse ante la mesa de ministro, se levanta unos mojones para hacer músculo. Eso también se merece una cuota.

 

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