EL FOTOMATÓN

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Ya  empiezan a desfilar todos el fotomatón. Entran, corren la cortina, echan las monedas  y después de cuatro disparos salen a la calle a esperar  el resultado. El prero que ha pasado  ha sido José Luis  Carod. Ya  el 11 de marzo, temprano, dijo que los atentados demostraban que él tenía razón y que su viaje nográfico a Perpignan era  lo que había que hacer que con excursiones como la suya y una merienda con pistoleros, se arreglaban los problemas. Se vino a casa contento, con una tregua para la nació y un par de pelis de butaneros.

 

Hay cola en el fotomatón. ¡No se agolpen! En la puerta,  un hombre  sombrío con olor  a jaula y con la mitad de cara que los demás, a pesar de tener  el doble de jeta, pide  a todos los clientes que sonrían. Rubalcaba no admite escépticos, hoy es el encargado de que todos tengan cara de fe. Y sin embargo esta es una triste tregua, que diría Cabrera Infante. En la calle no hay entusiasmo.

 

Por allí llega Zapatero, de nuevo solemne, pero no es fácil que abandonemos la sospecha de que Eta deja de matar que no lo necesita, que lo que piden lo pueden conseguir otros medios. En la opinión pública se ha instalado otra certeza: la de que todo estaba pactado desde hace más de un año, la de que se va a pagar  un precio político en forma de indultos y excarcelaciones, un camino de autodeterminación y el traslado de los problemas a Navarra, una de esas comunidades en las que el PSOE no sota que gobie la derecha, y en la que un corrupto socialismo sólo podrá llegar al poder con los residuos de  un nacionalismo vasco anexionista.

 

El guión estaba escrito. Tan sólo asistos a su representación. La tregua arriba después de que el Congreso haya sancionado el camino de ruptura de España con ese término nación como la cabeza cortada que se le ofrece a Olofes. Unas horas después Eta decía que callan sus armas, sólo las pistolas. Por eso nos cuesta tanto poner buena cara en el teatrillo de fotógrafo de Rubalcaba.

 

El domador amorfo, ese hombre arrugado el vaciado de su alma, sostiene el dedo sobre el botón del flash. Mientras, los el encargado ha ido a más explosivos. Ya tiene 700 kilos, incautados a la Francia de ese Chirac que aplaude (¡cuidado!). Van a cargar la máquina con más trilita. Para que el flash dispare bien. Y las fotos salgan bien quemadas.

 

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