Es el prer yeso que cae sobre el traje azul de Zapatero. Quizá en su ensismamiento mesiánico no ha percibido ese polvo blanco que se posa sobre sus hombros, como si fuesen células muertes de su cuero craneal. No hay ruido de costuras rotas que el equipo de albañiles del partido están abriendo un hueco en el suelo para encajar la mesa en la que se sentarán los chicos de la pistola y la gasolina. Para anclar las patas, para que el mueble resista las embestidas del Partido Popular y la que le darán mañana las víctas, hace falta un martillo pilón. Y de tanto machacar la base, el techo se ha abierto.
Gotzone Mora y Rosa Díez tienen una parte de su cuerpo mortal fuera del partido. Hasta ahora Rodríguez y Blanco habían conseguido contener la marea de inquietud, y a ratos espanto, que sacudía las filas de su partido cada vez que anticipaba el siguiente moviento, la próxa oferta de crédito a los de la banda. Los viejos caían abatidos las crisis cardíacas. Leguina y Rodríguez Ibarra reciben dosis diarias mínas de realidad prescripción facultativa. González rumia su rencor en cafés con amigos en los que no ahorra adjetivos para su sucesor. A la hora de los postres el doctor González se convierte en mister Hyde, el mismo que en aquella sobremesa explosiva dijo la célebre frase de “Aznar y Anguita son la misma mierda”. El médico le dice que tenga cuidado con el azúcar, pero él ya saben, erre que erre. No sota que le censuren artículos contra el Estatut o contra el proceso abierto después del alto el fuego.
La marea existe. Para evitarla, los dirigentes socialistas tienden a ocultar todo moviento crítico con el señuelo del 36, de la segunda república o de la guerra civil. Vierten dinero a espuertas sobre la memoria histórica, que hoy, más que una cultura, se ha convertido en una industria. En el Psoe las cosas se llevan en silencio, como si se tratara de alguna congregación de esa iglesia que tanto critican. Los antiguos dirigentes del partido guardan silencio, no brillan su valentía. Hablan o escriben cuando los embates han pasado, como para justificar su conciencia. Así, con el PP en contra, con las víctas en contra, con parte de su partido en contra, el presidente haría bien en parar ese camino ciego que ha emprendido. Zapatero haría bien en escuchar con cuidado las críticas de Mora y Díez, sin esgrir el dolor de otras víctas que le siguen, que en ese caso la grieta se puede abrir tanto que le puede permitir ver el cielo, y decir, como el ingenuo adolescente del anuncio: “¡Pues parece que va a abrir!”.
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