EL POLLO

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España se ha instalado en el pollo como estilo de política, como estilo de radio, a veces, las menos, como estilo de prensa. Hemos vuelto a Goya, al de los aguafuertes. En esto, como en tantas otras cosas, algunos catalanes, más bien los que no quieren serlo, se comtan como españoles en el más duro estilo de la nacionalidad. El “seny” era una cosa deconónica, como de burgueses de casino y amante jamona, una postura vital que permitía evitar las mordidas de la hipertensión y el infarto. Ahora se lleva el pollo. Hasta la selección canta el “vamos a ellos”, un himno que como no pasen de cuartos quizá se vuelva contra ellos. En su confusión de equipo nacional han comenzado repartir guantazos entre los suyos, para ir calentándose.

 

El pollo, como estilo, fue cosa de la transición. En los extremos de aquel consenso los maoístas reventaban los mítines de un Carrillo que ya nos parecía en el ocaso de la vida. Los batasunos se lo  montaron al Rey en Guernica, y el Borbón miraba y templaba con una serenidad que haría historia en ese y en los años que vinieron después. El pollo de los pollos lo montó Tejero que se rascaba el bigote genital con la pipa reglamentaria. Los pollos son perativos, con tendencia al verbo reflexivo: “¡Siéntese!” “¡váyase!”. Es un verbo que suena ultimátum antes de llegar a las manos: “o se va sus medios o le echamos”.

 

Ahora ha vuelto ese estilo bronco, de manotazo en la nuca, de patada en los cojones, tan nuestro, tan dormido en estos años. Regresó en la época que Rodríguez se echó a la calle, cuando asaltaban las sedes del PP y callaban, cuando agredían a Rato y Piqué y miraban después para otro lado. Ahora los cachorros del independentismo han formado “la partida de la ra” contra Espada, contra Boadella y los Ciudadanos de Cataluña. El pollo se vende en los mercados, en la plaza que se dice aquí. Por eso el fin de semana se lo hicieron a Rajoy, calentito, y se marchó a la manifestación con el cuero asado a insultos y el olor de la pluma quemada. Ayer repitieron en Granollers. El pollo antes era espontáneo, como telúrico. Ahora se organiza con móviles y SMS. Los Montilla y compañía se miran al zapato, dicen que ellos no han sido, y añaden aquella justificación tan nuestra de “algo habrán hecho para merecerlo”. Han hecho de España un pollo permanente, embadurnado de grasa, chorreante de líquido adiposo. Antes los pollos los organizaba el populacho, o la oposición hambrienta de ministerio. Ahora se organizan desde el poder.

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