Viene un día triste, aciago, con ese color quemado de los veranos mesetarios, con la paja a punto de arder en los sembrados, y los reteros derretidos a los pies de los leones, de las cortes. No es el fútbol lo que nos aflige, a pesar del rostro contrito de Aragonés, que dice adiós a la selección, a los sueños de un final glorioso, coronado los laureles. Han llegado demasiado pronto, y en mal momento. No sé si hicieron bien en creer en la fortuna del presidente, aquel que un día lo tocaba todo y lo convertía en triunfo y concordia, como si de una vez, como en los mundos de Disney, la gloria fuera de la mano de la paz, del diálogo, de los campos segados de algodón de algún lugar en el cielo.
Se ha terminado la fortuna. No hay ángel que nos toque. No tenemos magia ni duende. Una cuadrilla de prejubilados nos ha metido tres antes de darse un paseo Benidorm con el Inserso francés. No ha sido el últo partido de Zidane, el asesino más dulce y persuasivo del fútbol mundial. Se le acabó la mano a Zapatero. Ya no da suerte. Ya toca y retira los dedos, y no hay nada. Y con los nuestros en casa, víctas una vez más del entusiasmo de las teles emisoras del mundial, y de la crédula fe de quienes piensan que horadar el frente de Ucrania es como poner los Pirineos en Poitiers, el presidente se prepara para hacer el anuncio, más bien el renuncio, tarde, mal, y con el verano quemándonos las meninges.
Hoy, jueves, Rubal tiene cita con los tavoces, para preparar el terreno, para allanar el prado antes de que entre en escena el desafortunado. Debería decir que llevan meses, muchos meses, negociando. Que todo lo que hemos visto se pactó hace mucho tiempo, y que lo que vendrá está escrito hace muchas lunas. Pero la prera estafa es entregar lo que va a suceder como si fuera un futuro, cuando está ya tan atrás que no hay quien lo modifique. Ya fue. Llega a la opinión pública con un retraso de año y medio. Ese es el juego: la claudicación se cerró, ahora sólo nos queda aceptarlo. No hay más. Rendidos, volveremos a casa con la misma cara que Aragonés. Pero a ver quién les explica ahora a las víctas que sus muertos no han servido para nada.
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