AL AGUITA

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Es difícil que un español viajero o viajado no conozca Casablanca, el Atlas, las puertas del desierto… Es difícil que cuando llegas a uno de esos aeropuertos no te cambie la cara al ver que nos hemos ido CINCUENTA AÑOS ATRÁS en el concepto de mundo que tenemos. Los plumeros de los guardias que parecen generales, los del servicio secreto que andan todos los lados… Peculiar, controlado, y sin LIBERTAD. Ésta es la realidad y no otra de lo que cualquiera puede percibir al llegar a la tierra de nuestros hermanos, que vienen muertos de trabajo y LIBERTAD a la Europa de los déficits.

 

Y, en una de las muchas correrías de mi agitada vida, estuve trabajando en una empresa en la que pomposamente me nombraron ‘director de comercio internacional con el Magreb’, toma pan y moja. Y se trataba de ir a ver a los propietarios de los diarios de la región para venderles lo que aquí nos sobraba: Cucharillas de café, muñecos de resina, reproducciones del campo del Barca… Vamos, una maleta de vendedor de otunidades para ayudar al ‘progreso’ de nuestros hermanos magrebíes.

 

Al llegar al aeropuerto de Casablanca, me dirigía a entrevistarme con el ‘presidente’ del Maroc Hebdo, y del Marco Soir. Pues eso, que al llegar al control me pregunta uno de los desalineados y poco aseados gendarme: ¿Cuál es su trabajo? A lo que me ví obligado a contestar, carpintero, como San José. Hacía menos de un mes que había viajado a Marruecos y no podía decir que me ganaba la vida, entre otras, contando historias. El gendarme, después de pasar la maleta con la chatarrería la cinta empezó a gritar como las mujeres Saharauis, parecía que se hubiese tragado una sirena de bomberos… Y al instante se llenó aquello de más compañeros con plumeros y uno con una gorra, que le distinguía claramente como jefe de la manada. Me hicieron abrir la maleta, se empezaron a reír y mientras se descojonaban en mi cara, se iban guardando todo lo que mi maleta llevaba, repito, un repertorio de chatarrería barata y sin envolver…

 

Me dieron una palmadita en la espalda, y al salir a la zona de taxis, me subí en un Mercedes de hace 40 años, en el que el asiento se había empeñado en pegar mi calva a la mugre del techo… El conductor, que lucía una americana raída, tenía la cara entre azul, negra y blanca, y mostraba siempre una sonrisa llena de aguas ricas en calcio y poco destiladas. Se llama Isham, era padre de dos infantes de corta edad y se dedicaba al trasiego de seres y enseres allá desde donde le requiriesen. Le conté que me habían vaciado la maleta, y le hice dos preguntas: ¿Dónde se come el mejor cuscús? Y ¿cuánto ganaba? A la prera me dijo que en un restaurante que se llamaba, Le trois moutons, y a la segunda, que poco más de 3.000 pesetas de las de entonces. Y le dije: Te hago una propuesta, me llevas a comer el mejor cuscús a tú casa, te invito a comer en Le trois moutons, y me alquilas tus servicios siempre que venga 5.000 pesetas a la semana. A Isham le cambió la cara, pero detrás de su mirada encontraba más miedo que alegría y no lo lograba entender.

 

Le pedí que me llevase a las oficinas del Maroc Soir y al llegar con mi maleta vacía les pedía perdón, y les comenté que con sus cucharillas, tenedores y escarbadientes, se habían hecho una fiesta los del plumero del aeropuerto. Rápidamente se abalanzó sobre el teléfono e itó el ruido de sirena que había escuchado en el aeropuerto… Dónde, a qué hora, qué puerta… Le di los datos y en menos de 30 minutos mis chatarras estaban enca de su mesa. ‘revíselo, revíselo’ me espetaba… Él se quedó con los cantantes de jazz y quedé en volver a vernos… A la vuelta presenté mi disión a la francesa y les pegué la patada de Charlot…

 

Pero, lo que pude vivir allí durante aquellas semanas, lo que viví después en un viaje al centro del desierto, es comparable a una pesadilla permanente. Los turistas y sus poderosos todo terrenos pasan enca de los paisanos que están buscando una bolsa de plástico en medio del desierto para tener algo que comer. Podría estar contando durante horas las experiencias más amables y cariñosas de un Pueblo que está claramente sometido. Un Pueblo joven y trabajador que se encuentra con abusos como la Gran Mosquee de Casablanca, monumento a la ignominia erigido el padre del actual Rey, sobre el sudor, el hambre y la sangre de su Pueblo.

 

Y, ¿contar estas historias está prohibido? Allí, sí. Los compañeros del diario El País han visto como han tenido que salir a gorrazos de Marruecos, todo culpa de que no se puede hablar. La LIBERTAD DE OPINIÓN, EXPRESIÓN… son los bienes más preciados de los seres humanos, más que el pan. En sociedades que pueden ver, entonces, a las Mama Chicho de Berlusconni y Durán paseando en pelotas sus pantallas, y Gil en el jacuzzi… Y contar esto, ¿tiene pena?… ¡Pues que pena!

 

La historia de mis contactos internacionales con el Magreb acabó aquí. Pero, repito, las historias fueron cientos, como las que tuve que vivir en otro lugar donde los trabajadores son tratados como basura, que fue en el Ríu Punta Cana de Santo Domingo, pero esta la contaré en otra ocasión, para no aburrir.

 

Hace unos meses me llamó el hijo de Isham y me dijo: ‘Mon chery Pierre je suis medecin’ Se me saltaron las lágras y le dije: ‘Coño como el Herrera’… Sólo hacían falta 5.000 pesetas al mes.

 

pedro aparicio pérez

director de prnoticias.com

direccion@prnoticias.com

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