EMIGRAR A LOS 84 AÑOS

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Los gallegos, de la lacra de la emigración, sabemos lo que no está escrito. Son demasiados siglos viajando como el ganado en las bodegas de los barcos que iban a América, o en los trenes que desde Irún se distribuían Francia, Alemania o Suiza en busca del pan que faltaba en casa y del dinero, que venia bien, para enviar a los “abos” que se quedaban en casa cuidando de los hijos. Antes, las viudas de los vivos que se iban a Argentina, Venezuela o Brasil, llenaban los vacíos y las ausencias, trabajando la tierra y cuidando de que el hogar no se fuera a pique. Miles de mis paisanos no volvieron y otros se dejaron media vida en la “diása” y solo pudieron disfrutar del calor de su lareira en los últos años de su existencia con una pequeña fortuna que no compensaba la escasa salud que les quedaba. Mi generación tuvo más suerte, muchos se dedicaron a hacer oposiciones en la policía o la guardia civil, para escapar de una tierra desgraciada en la que no había trabajo ni venir. Otros convirtieron los talleres semiclandestinos de confección en la admirable Galicia Moda. Como soy un bicho raro, yo me he dedicado a escribir para poder contarles estas cosas, eso no quiero ni puedo quejarme de mi particular peregrinaje. Lo elegí a voluntad y me enterraran en la tierra en la que han nacido mis descendientes y que he elegido voluntariamente: Catalunya. Me gusta este “oasis”, que dicen algunos políticos, y de él he salido y entrado constantemente razones de trabajo, eso me siento también madrileño, andaluz o bonaerense, poner algún ejemplo de mi personal trashumancia. Pero como la incompetencia oficial sigue siendo la vergüenza que arrastramos los gallegos durante varias generaciones, la emigración no desaparece. Hoy una mujer de 84 años ha vuelto a salir de Galicia, tras sufrir un ictus y descubrir su único hijo, que para saber si un coágulo está donde no tiene que estar se ha de esperar hasta abril del año que viene, con el riesgo de muerte cierta que ello supone y también, que durante un par de años la han mantenido en la incapacitante situación de sordoceguera, que la lista de espera para los viejos a operar de cataratas dura lustros. A su marido, intervenido de una caída de cadera, le diagnosticaron que se iría a su casa a los dos días y murió a las dos horas de la operación. Con todos esos antecedentes y muchos mas que vergüenza hay que callarse, a esta gallega de 84 años, que se ha pasado toda su vida trabajando en y su tierra, ha habido que arrancarla a la fuerza de su casa, para que pudiera morir tranquila al lado de los suyos y con los cuidados a los que tiene derecho. Muy lejos, demasiado lejos, de su amada Galicia. Ojala que nadie más tenga que seguir su estela y que la señora Iglesias Outeiral sea el últo emigrante forzado a abandonar todo lo que ha amado en su vida. Para cerrar esta dolorosa historia, permítanme que le dedique una frase que forma parte de nuestro repertorio popular al actual Presidente de la Xunta de Galicia: Non che digo nada, ¡pero vaya!

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