LA INFLUENCIA DE LOS PSICOFÁRMACOS EN LA CONDUCCIÓN

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En torno a un 20% de la población española va a sufrir un trastorno mental a lo largo de su vida (Haro et al., 2006) y, en una sociedad medicalizada como la nuestra, el tratamiento más habitual va a ser farmacológico. En un estudio del año 2009, llevado a cabo en 12 países de Europa, se constató que entre los años 2000 y 2005 había habido un aumento considerable de las dosis de antidepresivos cada mil habitantes (Ravera et al., 2009) atribuido a su reciente situación como tratamiento de prera opción para el trastorno de ansiedad generalizada y el trastorno de pánico (Allgulander et al., 2003) pero, sin embargo, las benzodiacepinas consumidas, que eran la sustancia que se recomendaba anteriormente para estos casos, no sufrieron un descenso de consumo. En España, los datos del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías señalan un incremento del consumo de tranquilizantes, sedantes y pastillas para dormir con receta médica, habiéndose duplicado su uso prácticamente entre los años 2005 y 2007 (del 3,9% al 6,9% para los tranquilizantes, del 2,7% al 3,8% para los sedantes y del 5,1%  al 8,6% para las pastillas para dormir).

 

 

Por otro lado, los datos sobre accidentalidad para el año 2008 procionados la Dirección General de Tráfico (Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses 2008) que un 40% de los fallecidos en carretera, daban positivo consumo de alguna sustancia. El 6,97% del total había consumido psicofármacos. En peatones, el 33% de los fallecidos había tomado alguna sustancia y el 11,3% del total daba positivo para algún psicofármaco. Los datos ofrecidos apuntan a que nos encontramos frente a una problemática en aumento y desconocida la población general.

 

En el caso de las benzodiacepinas, está demostrado que producen déficit neuropsicológicos relacionados con la descoordinación motora, visión doble y vértigo, entre otros. Además, en estudios recientes, se ha asociado el consumo en algunos sujetos a agitación, locuacidad, confusión, desinhibición, agresividad, comtamiento violento y pérdida del control de los pulsos (Bramness et al., 2006). El riesgo de padecer un accidente bajo la influencia de estas sustancias está ampliamente demostrado un número considerable de (Orriols et al., 2009). Por ejemplo, en los preros 7 días de tratamiento con benzodiacepinas, la probabilidad de sufrir un accidente se multiplica 2,9 en usuarios que tomaban benzodiacepinas como tranquilizantes y 3,3 en usuarios que las tomaban para dormir (Engeland et al., 2007), si bien parece que el riesgo se reduce cuando el tratamiento se prolonga en el tiempo.

 

En el caso de los antidepresivos no existe consenso.  En un estudio se demostró que los que causaban más problemas a la hora de conducir eran los Antidepresivos tricíclicos (Brunnauer et al.,  2006). En  sustancias más modernas como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o noradrenalina, dependiendo de la sustancia concreta y de las condiciones del estudio, su empleo se asocia a un mayor o menor riesgo. Por ejemplo, con suladores de conducción, el 65% de pacientes depresivos tratados con reboxetina o mirtazapina, no pasaban el criterio míno exigido las autoridades alemanas para conducir (Brunnauer et al., 2008), pero, tras 14 días de tratamiento todos los sujetos mejoraban en reactividad y en atención selectiva y disminuyeron el número de accidentes.  Apoyando estos datos, los antidepresivos sedantes en dosis diurnas provocan que la persona que se encuentra bajo sus efectos se desvíe de la línea lateral durante la conducción, como haciendo olas o eses (Ramaekers, 2003). Wadsworth et al., (2005) sin embargo señalan que los ISRS son relativamente seguros para la conducción.

 

El caso de los neurolépticos es diferente. En prer lugar, son recetados a personas con trastornos psicóticos, es decir, no son fármacos potenciales de abuso (resultando incluso un reto terapéutico el que los pacientes se adhieran a la medicación) lo que la prevalencia de consumo de estas sustancias es mucho menor que la de benzodiacepinas y antidepresivos.  En segundo lugar, el deterioro cognitivo asociado a la esquizofrenia incluye déficit neuropsicológicos en la atención, la memoria operativa, el aprendizaje verbal y la resolución de problemas. Además estos déficit se han asociado a deficiencias en el funcionamiento diario como en el desempeño laboral, en la conducta social y en otras actividades de la vida cotidiana (Matza et al., 2006), lo que la habilidad para conducir puede estar deteriorada en estos pacientes aún antes de haber tomado ningún fármaco.  Por citar algún estudio, se evaluó la capacidad de conducción de pacientes que sufrían esquizofrenia antes de ser dados de alta, todos bajo tratamiento farmacológico. Solamente el 20% de ellos mostraron niveles de competencia en la conducción equiparables a sujetos sanos. A los 6 meses, el 50% de los pacientes cumplía los criterios Alemanes para ser considerado capacitado para la conducción  (Geiger et al., 2007).

 

Estos y otros estudios ponen de manifiesto una necesidad tante de advertir a los pacientes sobre el riesgo que supone conducir bajo los efectos de estas sustancias, pues pocas de ellas han demostrado con solidez empírica ser seguras en el ámbito vial.

 

Autores: Jesús Matos, Leticia Olave e Itziar Iruarrizaga. Universidad Complutense de Madrid

 

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