El lugar, aquél lugar, que hace años ocupaban los tontos del pueblo ahora ha sido tomado por el hombre masa, ese “artículo manufacturado de la naturaleza” del que hablaba Schopenhauer. Si la mediatización de la sociedad ha dado un ‘fruto’, indiscutiblemente ha sido una colectividad sorprendentemente uniformada en la estupidez. Sólo así se explican las reacciones de quienes han calificado en medios y redes como “brillante”, “dura” y “educada” el obsceno masaje que Madama Bueno regaló a su jefe y dueño de la sauna.
La noche del regreso de la ex directora de El País a los platós fue una mirada despreciativa, hacia una audiencia calculada de percebes de sofá. Con gesto lerdo, pareció atender con devoción a los embustes de su jefe y, con voz de penitente arrepentido, volvió a demostrar que su forma predilecta de conectar con el electorado es la información cero, llegando al extremo del servilismo, cuando, llenando la pantalla de babas viscosas de complacencia, remató con su última pregunta: “usted ha sido objeto de una campaña de deshumanización extraordinaria”. Un final feliz, que parecía culminar en una humilde gota génica, siempre veraz y a la vez simbólica, sobre las fauces de la nueva directora del telediario.
Únicamente faltaron aplausos enlatados, cuando Sánchez, cual miura envuelto en falsa dignidad, embistió contra la Justicia y la oposición, señalando que hay jueces haciendo política y políticos que tratan de hacer justicia. Respondía así a la pregunta sobre los casos de corrupción que afectan a sus familiares directos, subrayando la honestidad e inocencia de los mismos, a los que disfrazó de víctimas al sentenciar: “Están pasando la pena del telediario”, como Rita, Elena, La Cifu, las Cremas, Ábalos, Koldo, Cerdán, Juan Guerra, Rodrigo Rato Figaredo, el de la escopeta, el que se tiró por la ventana, el que se tirço a la de la ventana… y así para llenar cuatro tomos del Cosio. Claro que aquí el silencio de la Madama es comprensible: nunca es digno que una verdadera masajista apriete las partes más nobles y sensibles del cuerpo de su cliente, a modo y manera de dentista con taladro en hueso cavernoso.
Cuando pasaron al espinoso capítulo de Santos Cerdán, ella parecía apretar sus muslos, ante ese paraguas de la moral bajo el que el presidente eligió responder con fingida indecisión. Aseveró que, cuando estalló el caso con el informe de la UCO que señalaba a su secretario de organización como responsable de la trama de mordidas, se planteó dar un paso atrás. Momento en el que a la masajista solo le faltó arrodillarse y, cubriéndose el rostro con las manos, agradecer. Un gesto que habría dejado de manifiesto que, para cualquiera que no sea absolutamente imbécil, la principal función de aquella entrevista no podía ir más allá de su valor de entretenimiento.
Acto seguido, llegó el momento “José Luis Ábalos” y, para que todo se entendiera con la solemnidad debida, sostuvo Sánchez con resonante aplomo, cuidando que nada desentonara con la impostada altura de su moral, que le había afectado en lo personal y en lo político y que incluso pensó en dimitir (a Ábalos se entiende). Negó, por supuesto, la corrupción estructural en el PSOE, afirmó haber pedido perdón y advirtió que no iba a aceptar lecciones de organizaciones con más de 30 causas abiertas y 100 personas investigadas, con lo que convirtió al PP, en el peor de los casos, en un partido de pariguales o parihuelas.
Como era previsible, dejó clara su confianza en Álvaro García Ortiz, sentenciando sin sonrojo que: ‘él siempre estará al lado de quienes luchen contra la corrupción’.
Y ya, en un alarde de «sudapollismo», mientras la Madama parecía deshacerse ante las contestaciones de su entrevistado, Sánchez advirtió que, si le tumban los presupuestos, prorrogará los de 2023, como ha venido haciendo hasta ahora. Aún le alcanzó para defender la quita de las deudas a las autonomías y bendecir el encuentro entre Illa y Puigdemont, todo ello envuelto en el celofán de una política de normalización. Y lo dijo pasivo, casi sin vestigios de arrepentimiento.
Solo alguien rematadamente imbécil como Jordi Évole, Pilar Eyre o Rosa Villacastín puede calificar de “brillante”, “dura” y “educada” la grotesca función teatral protagonizada por la lameculos Pepa Bueno y el dueño de la sauna. Pensar que el cuestionario no fue visado previamente por Moncloa sitúa esas mentes en el nivel más bajo de discernimiento. Y esto sólo puede ser así porque el término medio que impera en nuestra sociedad, por fuerza, es la ausencia de inteligencia, algo de lo que se puede prescindir tranquilamente y que es una opción de la que han hecho uso millones de ciudadanos.
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