“La reconocida presentadora y colaboradora de televisión Terelu Campos celebra su sesenta cumpleaños con una cena de gala en el restaurante Jimmy’s, uno de los enclaves más distinguidos de la gastronomía de la capital. El evento promete ser una de las citas sociales más comentadas del año, reuniendo a personalidades del mundo de la televisión, la comunicación, la cultura y la vida social madrileña”.
Desconozco quién redactó la invitación a la celebración del sesenta cumpleaños de la hija de La Campos, porque salvo que esté a punto de emerger un nuevo universo de manifestaciones culturales, se trata de alguien dominado por un desconocimiento absoluto del mundo de la cultura. Ya me dirán ustedes si Alejandra Rubio, Carlo Constanzia, Carmen Borrego, José María Almoguera y su novia María “la jerezana”, Santi Acosta, Marisa Martín Blázquez, Ángela Portero, Nuria González, un tal Montoya y hasta un centenar de pelafustanes —o la suma de todos ellos— pueden representar algo parecido a una “personalidad” del mundo de la comunicación, la cultura o la vida social.
“La celebración reflejará el estilo y la trayectoria de Terelu Campos, marcada por una cercanía con el público. Con sesenta años recién cumplidos, Terelu sigue siendo un referente mediático, una de las grandes figuras y más queridas de nuestro país”. Si sustituyéramos el nombre de Terelu Campos por el de Oprah Winfrey, aún tendríamos que frotarnos incrédulos los ojos ante semejante falta de decoro.
Porque la invitación no era a un homenaje cultural, sino a un banquete garrulo, con un menú más propio de una boda talaverana que de un encuentro de personalidades. Y que en pleno siglo XXI te sirvan merluza con guisantes, solomillo con crema de boniato y arroz de avellana como si fuera haute cuisine… es para cagarse en su puta madre. Si ese es el límite de la imaginación de “uno de los enclaves más distinguidos de la gastronomía madrileña”, mejor ir a Casa Pepe en busca de una mayor experiencia multisensorial.
Para completar la lista de invitados, no faltó la sensación de presencia, esa percepción subjetiva de que la muerta estuviera allí, ofreciendo consejo para que todo saliera redondo. “Llevo pendientes y anillos de mi madre porque quería que, de alguna manera, estuviera aquí”, afirmó Terelu como reflejo perfecto de su intelecto, ese “referente de la comunicación” que celebraba su cumpleaños dieciséis días después.
Y antes de perdernos en el laberinto de la estupidez, convendría preguntarse quién coño presenta los programas de televisión. Mientras el común de los mortales piensa que se trata de personas equilibradas, la realidad demuestra que son seres maravillosos, extraordinarios, que sobrepasan los límites de la naturaleza.
Cuando “El Turronero” posaba en el photocall junto a una Borrego que, en un desastre de estilismo impropio de alguien centrado —o quizá como homenaje al Madrid de todos los acentos— lucía una especie de manta zamorana con flecos que sería la envidia de nuestras hermanas espirituales bolivianas, la cumpleañera, no sabemos si poseída por el espíritu de María Teresa, reprendía a esa hija que encarna la inutilidad en su forma más pura.
Una hija que solo puede subsistir interpretando a una nieta eternamente adolescente. Y todo porque la nuera de Mar Flores y su marido se habían negado a responder a una prensa que interpretó la invitación a Nuria Bermúdez y a Carlo Constanzia padre como la estocada definitiva de Terelu a su consuegra.
Sería ingenuo, en un país donde los mayoristas de verduras juegan al golf y las cajeras de supermercado llegan a ministras, creer que estas celebraciones significan otra cosa que no sea la exaltación de la vulgaridad más profunda. Porque lo que realmente exhiben no es glamour, ni cultura, ni comunicación: es la confirmación de que vivimos en una sociedad delirante, que aplaude como espectáculo la chabacanería de una familia repleta de carencias.
Y así, mientras los focos iluminaban un banquete de mediocridad, quedaba en evidencia lo único que realmente se celebraba aquella noche: el triunfo obsceno de la vulgaridad sobre el buen gusto.
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