EL HAMBURGUESERO

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Comenzó hace veinte años mezclando la ca de tera más pura, con una melaza dulce y viscosa (como su sudor), que hacía que las hiperlipemias de los consumidores llegasen a rebosar enca de sus camisas. Su delantal era repugnante y expelía un hedor insotable, mezcla de los chanchullos y el roce de la pasta con sus churretosos tirantes. Era mi amigo Aldo Francesco Torpedo, conocido restaurador que pasase a mejor vida la acumulación de grasas poliinsaturadas en su foiegrásico hígado.

Y, hace unos días me pedía uno de mis hijos que le acompañase a tomar una hamburguesa en un nuevo local del barrio, que curiosamente se levanta sobre las cenizas del de mi ‘amigo' el florentino Torpedo. Las autoridades lo saben, y eso nuestra delgada y recordada ministra decía a las organizaciones colegiales, a la médica y enfermera principalmente, que cuidasen, en las dietas de los niños, la ingesta de dulces elaborados y grasas de difícil disolución. Y así se hizo.

La hamburguesa, si está preparada manos honradas y expertas, es un lujo y un ‘bocatta di cardinali'. El Hamburguesero es historia y sus historias se escuchan como las de aquel Grenouille de Suskind, que confundía el hedor de la muerte, con la belleza y sutileza de púberes, a las que en lugar de pedir el teléfono y admirar, mató. Pero, ya sabemos, no hay peor muerte que la buscada mano propia… ¡Coño como Onán, como el Hamburguesero! No, nene, no… las hamburguesas no hablan…

Juega al TRÉBOL de la ONCE…

Pedro Aparicio Pérez 

direccion@prnoticias.com

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