Un grano en el orto

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La 1 ha estrenado Directo al grano, un engendro de género fósil más, que por fuerza parece seguir la máxima de que cualquier nuevo programa de debate político tome como modelo al fracasado programa anterior. Es como si la dirección de RTVE no se hubiera percatado de los signos de los tiempos y siguiera instalada en la televisión de los 90, con la necesidad de emitir un “más de lo mismo” para un espectador que, a estas alturas, resulta indiferente e inmune a tanta repetición.

De acuerdo: el telespectador de La 1 no espera nada después del telediario que no sea un inductor del sueño. Solo así se entiende que, teniendo a Óscar Puente de invitado, no se hurgara en la herida del caos ferroviario.

Este grano en el culo, este coñazo de programa, es capaz de dogmatizar dejando los efectos del somnífero más potente en los de un azucarillo; así que, bien mirado, habrá que dar las gracias a la histriónica Marta Flich y al todólogo Gonzalo Miró, pareja inesperada de copresentadores que, sin duda, están ayudando a reducir los costes sociales en medicamentos.

La corporación ha vuelto a llenar, de esta forma, la bolsa de La Osa Producciones, propiedad de Óscar Cornejo. Quizá como merecido premio al rotundo fracaso que supuso ese desprecio por la audiencia, ese insulto a la inteligencia y al decoro que fue La familia de la tele: aquella parada de monstruos, dirigida por la casposa María Patiño, que duró menos que una estufa de madera.

El precio del nuevo altavoz de la propaganda socialista es, según el Portal de Transparencia de RTVE, de 3.511.081 euros para un total de 91 emisiones; por lo que cada espectáculo costará a los españoles unos 38.583 euros. Claro que, teniendo en cuenta que Malas lenguas -el bodrio presentado por Jesús Cintora, también producido por Big Bang Media (coproductores junto a La Osa del programa vespertino)- tiene un presupuesto de 6,3 millones de euros, la extracción y el drenaje nos van a salir baratos.

Esperar de los telespectadores de La 1 que reclamen cultura, información, objetividad, diversidad informativa y análisis no partidista, resulta absolutamente ridículo. El espectador de Un grano en el culo sabe perfectamente lo que puede esperar de Gonzalo Miró y, muy lejos de dejarse sorprender, tiene que encontrar lógico que el colaborador de las tertulias deportivas, un marmolillo cuya falta de profesionalidad y habilidades dejó patentes el día de su estreno -que defiende como una histérica a su Atlético de Madrid y cuya propiedad es en un 32 % israelí- inaugure el programa justificando el boicot a ‘La Vuelta’.

El telespectador, por supuesto, es consciente de que no debe esperar nada ecuánime de un magazine donde, además de los presentadores, colaboran Sarah Santaolalla y Ramón Espinar. Bastará con la desconexión mental necesaria para soportar discursos que den continuidad a La hora de La 1, de Silvia Intxaurrondo; Mañaneros 360, de Javier Ruiz; Malas lenguas, de Jesús Cintora; El telediario, de Pepa Bueno; La revuelta, de David Broncano; El late show, de Marc Giró; y El futuro imperfecto, de Andreu Buenafuente.

Así, su propaganda socialista no comporta ninguna debilidad de cara a su éxito, sino que lo garantiza. En ese discurso encuentra el programa el valor de sus frases hueras y el sentido de las declaraciones, que no incomoden a un público que busca reafirmar su forma de interpretar la actualidad política, antes de caer desnucado en un sofá de Ikea modelo Strogënparlembu.

En definitiva, el nuevo invento de La 1 no aspira a informar ni a sorprender, sino a perpetuar el mismo discurso de siempre con rostros distintos. Y mientras la audiencia elija seguir siendo cómplice, el grano no solo seguirá ahí, sino que terminará convertido en forúnculo.

Jean-Hippolyte Gondre

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