Un centenar de cínicos, satisfechos con el nivel de corrupción cotidiano, se dieron cita frente a la puerta de la residencia de Villa Montmorency para, entonando a voz en cuello La Marsellesa, brindar ánimo y apoyo a un Nicolás Sarkozy que, desposeído de la Legión de Honor —la más alta condecoración francesa— y guiado de la mano de su inseparable mocatriz, Carla Bruni, se introdujo en un coche escoltado por un convoy policial formado por un número de motoristas que habría hecho enrojecer de envidia al mismísimo Francisco Franco. Así puso rumbo a la prisión de La Santé, establecimiento donde, en ese país de diferencias jerárquicas tan acusadas, le esperaba el director de la prisión.
“No le tengo miedo a la cárcel, mantendré la cabeza alta, incluso frente a las puertas de La Santé”, había declarado Sarkozy días antes de tener que respirar el aire viciado e impregnarse del olor a heces, tabaco, desinfectante y humedad que forman una peste seca y penetrante, la cual se atornilla para siempre en la memoria de los reclusos. Un hedor que siempre irá asociado a su desesperación y su rabia.
“No es un expresidente de la República el que está siendo encarcelado, es un hombre inocente”, dijo el victimista expresidente, parodiando al ladrón que grita: “¡Al ladrón, detengan al ladrón!”. Porque Sarkozy ha dado así comienzo al cumplimiento de una condena de cinco años impuesta por conspirar para obtener 50 millones de euros del gobierno libio del coronel Muamar el Gadafi, con el fin de financiar su campaña al Elíseo en 2007.
El expresidente estará acompañado durante su estancia en el trullo por dos agentes de seguridad que permanecerán instalados en la celda contigua. La verdad es que, en esas condiciones, no es para tener mucho miedo. Porque además lo hará convertido en cliente VIP del sistema correccional, siendo el preso número 755, cifra que sobrepasa la capacidad de un centro penitenciario recién remodelado y que, antes de encerrar su personalidad, ya había brindado albergue a ilustres internos como Apollinaire, Dreyfus, “El Chacal”, “Cara de Piña” Noriega y Bernard Tapie, entre otros.
A diferencia de los anteriores inquilinos, el amante del lujo permanecerá en régimen de aislamiento, en una celda individual de 9 m², en la que dispondrá de frigorífico y televisor por el módico precio de 21 euros mensuales. Tal y como confesó en su última entrevista a Le Figaro, gozará de la compañía de El conde de Montecristo y de Jesucristo, pues tanto la novela como la biografía escrita por Jean-Christian Petitfils son los tres volúmenes que el reglamento penitenciario le autoriza. Al margen de estas lecturas, podrá disfrutar de las que encierra una pequeña biblioteca y, para no engordar en exceso, podrá visitar un pequeño gimnasio que está a disposición de los presos de aislamiento.
La semana pasada, en una reunión con sus amigos, Sarkozy —que desciende de judíos por parte de madre, de origen sefardí— se comparó con Alfred Dreyfus, capitán del ejército francés encarcelado en La Santé acusado de falsos cargos de espionaje en 1894. “El final de la historia aún no está escrito”, dicen que dijo el enemigo declarado de la ley de enjuiciamiento criminal y que, a diferencia de Dreyfus, ve cómo los sumarios, los documentos, las pruebas, las actas, los atestados, las declaraciones, los informes periciales y un alud de evidencias le señalan implicado en varios casos de corrupción, tráfico de influencias e infracciones como la financiación ilegal de su campaña. Ese peso, y no otro, es el que ha inclinado el fiel de la balanza, dejando satisfecha a una gran parte de la población francesa.
Las incesantes quejas de Sarkozy contra los jueces han reavivado el debate público sobre la independencia judicial en Francia.
Y en este juego de hipocresías, el presidente Emmanuel Macron —que había llamado a acatar las decisiones judiciales— se reunió con Sarkozy el pasado viernes, aunque afirmó que era normal hacerlo con su predecesor dadas las circunstancias, y que lo hizo “a nivel humano”.
Ya Marine Le Pen fue condenada esta primavera por malversación de fondos y se le ha prohibido presentarse a cargos públicos durante un periodo de cinco años. Entonces, la derecha acusó a los jueces de condicionar los procesos electorales. El apoyo a Sarkozy ha ido en aumento en los días previos a su encarcelamiento. El ministro de Justicia, Gérald Darmanin, ha afirmado sentir “mucha tristeza” por la situación del expresidente. También Rachida Dati, ministra de Cultura, declaró que Sarkozy era como de su familia. Claro que ambos trabajaron con él durante su etapa presidencial.
Jean-Michel Darrois, abogado del expresidente, señaló: “Es un día ciego para él, para Francia, para nuestras instituciones, porque este encarcelamiento es una vergüenza”, dijo dirigiéndose a los reporteros que aguardaban la entrada de Sarkozy en el talego. Otro de sus abogados, Christophe Ingrain, ha presentado la solicitud de libertad anticipada antes de que se resuelva el recurso. El Tribunal de Apelación de París tiene un límite de dos meses para evaluar dicha solicitud, pero el abogado calcula que se hará en un plazo no superior a tres semanas, fecha para la cual prevén la excarcelación del nuevo Conde de Montecristo.
Cantando, esperará ella con la voz llena de perfume; con toda su languidez estudiada, aguardará la vuelta de un soberbio que, con voz dolorida e impenitente, entonará un mea culpa. En un sonido de soledad, con un ligero sonrojo luchando contra su palidez, saldrán de sus cuerdas de seda los versos de la canción Los separados:
“¿Cómo harán los separados
cuando sus días estén contados?
¿Cómo se dormirán
sin que se mezclen sus suspiros?
¿Cómo harán los separados
contra el dolor de la ausencia?”
(Carla Bruni, “Los separados”)
Jean-Hippolyte Gondre
