Nadie discute la necesidad de adquirir conocientos técnicos y culturales para prepararnos (y reciclarnos) para la vida profesional, pero en una equivocada estrategia de prioridades olvidamos a veces la tancia de educarnos para la vida emocional.
Aprender a vivir es aprender a observar, analizar, recabar y utilizar el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo. Pero convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables y, qué no decirlo, felices en la medida de lo posible, nos exige también saber distinguir, describir y atender los sentientos. Y eso significa contextualizarlos, jerarquizarlos, interpretarlos y asumirlos. Porque cualquiera de nuestras reflexiones o actos en un momento determinado pueden verse “contaminados” nuestro estado de áno e interferir negativamente en la resolución de un conflicto o en una decisión que tenemos que tomar.
La mayor parte de las habilidades para conseguir una vida satisfactoria son de carácter emocional, no intelectual.
Hemos aprendido desde pequeños que el sententalismo (así se ha llamado al hábito de sentir a flor de piel las emociones y a mostrar en público esa forma de interpretar las vivencias) era propio de personas débiles, inmaduras, con déficit de autocontrol. Además, se ha extendido en nuestro aginario colectivo el lugar común, machista como pocos, de que las emociones o más aún el llanto, pertenecen al ámbito de lo femenino. Sin embargo, todo evoluciona y va ganando terreno la convicción de que vivir las emociones es un elemento insustituible en la maduración personal y en el desarrollo de la inteligencia.
Tenemos muy en cuenta nuestro espacio intelectual y no sólo le hemos dedicado tiempo y esfuerzo, sino que incluso la valoración que hacemos de una persona pasa, en buena medida, sus conocientos y habilidades intelectuales. Desde la educación, tanto reglada como no académica, se nos ha motivado para que saquemos el máxo partido a nuestros recursos intelectuales.
Aprender a desarrollar la inteligencia emocional
Esta sociedad de las “buenas maneras” y el control social ha hecho de nosotros auténticos robots de las apariencias. En la Universidad de Málaga los doctores Fernández Berrocal y Extremera han abordado la inteligencia emocional como la habilidad (esencial) de las personas para atender y percibir los sentientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asilarlos y comprenderlos adecuadamente y la destreza para regular y modificar nuestro estado de áno o el de los demás. En la inteligencia emocional se contemplan cuatro componentes:
Percepción y expresión emocional. Se trata de reconocer de manera consciente qué emociones tenemos, identificar qué sentos y ser capaces de verbalizarlas. Una buena percepción significa saber interpretar nuestros sentientos y vivirlos adecuadamente, lo que nos permitirá estar más preparados para controlarlos y no dejarnos arrastrar los pulsos.
Facilitación emocional, o capacidad para producir sentientos que acompañen nuestros pensamientos. Si las emociones se ponen al servicio del pensamiento nos ayudan a tomar mejor las decisiones y a razonar de forma más inteligente. El cómo nos sentos va a influir decisivamente en nuestros pensamientos y en nuestra capacidad de deducción lógica.
Comprensión emocional. Hace referencia a entender lo que nos pasa a nivel emocional, integrarlo en nuestro pensamiento y ser conscientes de la complejidad de los cambios emocionales. Para entender los sentientos de los demás, hay que entender los propios. Cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinados sentientos, qué pensamientos generan las diversas emociones, cómo nos afectan y qué consecuencias y reacciones propician. Empatizar supone sintonizar, ponerse en el lugar del otro, ser consciente de sus sentientos. Hay personas que no entienden a los demás no falta de inteligencia, sino que no han vivido experiencias emocionales o no han sabido gestionarlas. Quién no ha experentado la ruptura de pareja o el sentiento de orfandad la pérdida de un ser querido, es difícil que se haga cargo de lo que sufren quienes pasan esa situación. Incluso cuando se han vivido experiencias de ese tipo, si no se ha hecho el esfuerzo de vivirlas de manera explícita aceptándolas e integrándolas, no estarán suficientemente capacitados para la comprensión emocional inteligente.
Regulación emocional, o capacidad para dirigir y manejar las emociones de una forma eficaz. Es la capacidad de evitar respuestas incontroladas en situaciones de ira, provocación o miedo. Supone también percibir nuestro estado afectivo sin dejarnos arrollar él, de manera que no obstaculice nuestra forma de razonar y podamos tomar decisiones de acuerdo con nuestros valores y las normas sociales y culturales.
Estas habilidades están ligadas entre sí en la medida en que es necesario ser conscientes de cuáles son nuestras emociones si queremos vivirlas adecuadamente.
Gestionar adecuadamente las emociones supone:
• No someterlas a censura. Las emociones no son buenas o malas, salvo cuando nuestra falta de habilidad hacen daño, a nosotros o a otras personas.
• Permanecer atentos a las señales emocionales, tanto a nivel físico como psicológico.
• Investigar cuáles son las situaciones que desencadenan esas emociones.
• Designar de forma concreta los sentientos y señalar las sensaciones que se reflejan en nuestro cuerpo, en lugar de hacer una descripción general (“estoy triste”, “estoy nervioso”…).
• Descargar físicamente el malestar o la ansiedad que nos generan las emociones.
• Expresar nuestros sentientos a la persona que los ha desencadenado, sin acusaciones ni malas formas y detallando qué situación o conducta es la que nos ha afectado.
• No esperar a que se dé la situación idónea para comunicar los sentientos, tomar la iniciativa.