Recientemente, un periodista americano de ascendencia iraquí amigo mío me enseñó unas sesenta cartas que había conseguido de los prisioneros iraquíes encarcelados en la prera Guerra del Golfo. Él las leyó mientras me las iba traduciendo sultáneamente y pesó sobre mí la trascendencia del prer y trágico conflicto, más glorificado que contado honestamente en su totalidad.
Recientemente, un periodista americano de ascendencia iraquí amigo mío me enseñó unas sesenta cartas que había conseguido de los prisioneros iraquíes encarcelados en la prera Guerra del Golfo. Él las leyó mientras me las iba traduciendo sultáneamente y pesó sobre mí la trascendencia del prer y trágico conflicto, más glorificado que contado honestamente en su totalidad.
El lóbrego y pobre y angustiante mente nostálgico Iraq se refleja en estos patéticos garabatos y, como tantos han comentado, nada, absolutamente nada, ha cambiado. Los mismos soldados se están volviendo locos de la misma hambruna, miseria y pesadumbre que hace quinientos años, y la misma opresión y los mismos niños de barrigas hinchadas en el barro, en la oscuridad…
Cuando escribes sobre el mundo o cuentas qué es lo que está pasando “allí”, los temas parecen lo suficientemente lejanos para permitir la desvinculación. La distancia dificulta la plicación y provoca indiferencia.
Cuando los grupos combatientes están etiquetados y tratados como equipos detivos competidores, la cobertura informativa puede fácilmente desensibilizar tanto como informar. El mundo entonces se convierte en un tablero de ajedrez, como lo perciben los políticos, los comentaristas eruditos en televisión y los fotogénicos generales de alquiler con cuatro estrellas que mueven las figuras de soldados de juguete sobre los mapas de su aginación.
Hace años, los activistas solían decir que lo personal es lo político. Hoy en día, para mí, este conflicto es muy personal. Debatiendo sobre esto con familiares y amigos siento, en algunos momentos, que reaccionan más con reflejos de miembros de una tribu que como ciudadanos de una comunidad global cometida con compasión y derechos humanos para todos.
Para el ser humano, todo lo que queda es la esperanza de que la gente decente que ama la libertad y odia de forma vehemente la violencia contra el idioma, contra el pensamiento, contra la verdad expulsará a los Husseins, a los Bushes, a los Castros, a los Sharons, a los Aznars y a los Putins infringir tanto sufriento en el mundo; a los Washington Posts, a los CNNs, a los New York Tes, a los TVEs, a los Foxes y organizaciones silares complacer sumisamente a los gobiernos y traicionar los principios democráticos. Por el bien de estos niños, y solamente su bien, todos estos detestables “líderes de masas”… deben ser destruidos para siempre.
P.D. André Malraux creyó que el tercer milenio debe ser la edad de la religión. Yo diría más bien que debe de ser la edad en que abandonamos finalmente nuestra necesidad de religión. Pero dejar de creer en nuestros dioses no es lo mismo que comenzar a no creer en nada. Para creer, debemos tomar la riqueza de un hombre, su densidad existencial, inmortalidad, eternidad y no el mileniarismo sectario, splista y visceral. De todos los idiomas, el único eterno es el del pensamiento. La memoria salva a la gente del olvido. El peligro inherente, sin embargo, es que falta el requisito previo: la curiosidad derivada del respeto a las culturas profundamente extranjeras.
Feliz Navidad










