En la Tierra a viernes, diciembre 19, 2025

EL OTRO FRANCO

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El libro que ha escrito el veterano periodista Julio Merino, con la colaboración como asesor documental del también periodista Juan Luis Galiacho, está causando pacto en los medios políticos y literarios… las facetas desconocidas que descubren del general Franco: el Franco intelectual y el Franco que salvó la República en tres ocasiones (1934, 1935 y 1936).

 

El otro Franco, como dice el autor en el prólogo, no es un libro a favor de Franco ni en contra de Franco. Y ni siquiera se habla del Franco Generalíso, Caudillo y Jefe del Estado desde 1939 a 1975. El otro Franco sólo recoge la vida de Franco desde su infancia hasta el 18 de julio de 1936, y de modo especial su formación intelectual, desde las lecturas y sus relaciones con algunos escritores de su tiempo (Unamuno, Azaña, ValleInclán, Ortega, Gavinet, Galdós, Benavente, Pemán, Madariaga, Azaña, Aznar y los Machado) hasta su defensa de la II República en tres momentos decisivos: la sublevación de la Izquierda contra el Estado de Derecho, el “Golpe de Estado” democrático del presidente Álcala Zamora y el “Golpe de Estado” que le propone en 1936 el mismíso Presidente del Gobierno Casares Quiroga.

 

Puestos al habla con el autor (colaborador de PRNoticias) para que nos hable del pasaje más novedoso del El otro Franco nos ha recomendado la entrevista  que mantienen el entonces General Jefe del Estado Mayor del Ejército y Miguel de Unamuno (febrero de 1936) en presencia de Ramón Serrano Súñer. Por su interés, incluso su actualidad, reproducos integra dicha entrevista:

 

La entrevista de mi pariente (don Ramón siempre se refería a Franco como «mi pariente») con don Miguel al final se celebró, pero algunos años más tarde. Fue en los preros días de febrero de 1936, a su vuelta de Inglaterra donde acudió a la coronación de Eduardo VIII y cuando ya se habían convocado las elecciones que darían el triunfo al Frente Popular.

Don Miguel, que pasaba ya de los setenta años aunque muy bien conservado, llegó a la cita en el hotel Nacional, vestido de negro y con su tradicional jersey de cuello alto, con la puntualidad del castellano serio. Mi pariente y yo, que ya estábamos esperando, nos levantamos y le saludamos con verdadero afecto. Franco vestía de uniforme de diario, sin condecoraciones ni medallas, aunque en esos momentos era todavía Jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Como presidente del Gobierno y ministro de la Guerra estaba don Manuel Portela Valladares.

El prero en hablar fui yo, dada mi condición de anfitrión y el que había provocado la reunión, y mis palabras fueron sólo para recordar la petición que mi pariente me había hecho ya en 1931, cuando don Miguel pronunció su famoso discurso sobre las lenguas regionales y la unidad de España en las Cortes Constituyentes.

A continuación tomó la palabra «mi pariente», y con aquella voz tan especial que tuvo siempre, y con el máxo respeto, dio las gracias a don Miguel todo lo que había escrito y su amor España. En aquella ocasión hasta a mí me sorprendió el conociento de la obra de Unamuno que demostró…, así y de seguido Franco le habló de Paz en la Guerra, de Niebla, de Amor y Pedagogía, de En torno al catecismo, de su Vida de don Quijote y Sancho, de La agonía del Cristianismo, etc. Pero, al final se centró en sus discursos y sus artículos sobre la República.

Don Miguel siguió con atención y en silencio las palabras de «mi pariente» y luego tras un corto silencio vino a decir más o menos:

—Mire usted, general (le llamó así durante toda la comida) le agradezco sus palabras y el que haya leído mis obras, obritas o lo que sean…, pero le quiero decir algo que quizás no haya dicho nunca. Yo no me siento escritor, ni catedrático, ni político (que nunca lo he sido), yo pienso que no he sido otra cosa en toda mi vida que un sple maestro de escuela, sí, sí, un maestro de escuela, ¿y sabe qué?, que siempre he pensado y sigo pensando que el problema de España es un problema de educación y que los españoles son como niños que lo ignoran todo. Aquí se cree que ser culto es saber leer y escribir y conocer las cuatro reglas… ¡y eso hasta grandes próceres que he conocido! Verá, general, tras muchos años de estudio y meditación sobre el ser español he llegado a una conclusión: el español no es ni mejor ni peor que otros pueblos, pero… tiene algo especial: que es como un péndulo que sólo tiene extremos, o sea, o todo o nada… o apatía total o pasión suble… Tal vez eso Galdós dijera aquello de que el español es el que sabe hacer un 2 de mayo y no sabe hacer el 3 y el 4. Los españoles no quieren saber nada de nada durante años y de pronto un día se llenan de pasión y pierden la noción de todo… Y entonces, ¡ay, entonces!… te pueden conquistar un Imperio o te incendian las iglesias y los monumentos. No hay términos medios. Por eso creo que también yo me he equivocado, yo quise despertar espíritus y ahora ya me temo que lo que he despertado han sido fieras… Es un pueblo éste que no sabe lo que es la libertad… quizás que nunca la conquistó, que cuando la tuvo fue más bien un regalo de alguien.

Bueno, y así se pasó un buen rato. Porque don Miguel era una enciclopedia de saberes y pensares. Naturalmente mi pariente y yo mismo nos pasamos la comida embobados y sin atrevernos a decir palabra. Luego, y ya a los postres, se centró en la República y en la actualidad política.

—Mire, general, y que conste que hablo de esto que usted me ha preguntado… verá, cuando los monárquicos trajeron la República y la República me trajo a mí, yo viví como una cierta esperanza, creí entonces, ¡iluso de mí!, que fin había llegado la hora de España… ¡Era todo tan bonito!, un pueblo que se echa a la calle y que cantando arroja la borda a una Monarquía de siglos, ¡era todo un aconteciento!… una ocasión histórica… Pero no. La República se suicidó recién nacida, quizá que la «comadrona» fue el resentiento. Ya saben que su mentor, el señor Azaña, como dije en su momento, era un escritor sin lectores capaz de hacer la revolución para que le leyeran… No, y me di cuenta en cuanto me hicieron diputado y entré en las Cortes… aquello no era un lugar de encuentro, aquello fue desde el prer día el paraíso del desencuentro, una Torre de Babel a lo pobre. Ortega lo denunció enseguida con su «¡No es esto, no es esto!» famoso, pero yo preferí retirarme a mi Salamanca y seguir predicando en el desierto…

¿Y ahora?

Ahora, aquella mi esperanza del comienzo es ya un túnel sin salida. Mejor dicho, con una única salida: la del enfrentamiento, la del exterminio, la de siempre… o tú o yo. ¡No, no me gustan como van las cosas!… Las izquierdas, o eso que llaman izquierdas, se han vuelto locas, y las derechas, o eso que llaman derechas, están ciegas… o sea, que estamos entre locos y ciegos… ¡Y esto no puede terminar bien!

—¿Y qué se puede hacer?

—La verdad es que no lo sé. A veces pienso que habría que hacer una evangelización nacional para convencer a estos y aquellos de que la República, como la Monarquía, son meros accidentes en el tiempo y que lo tante, lo trascendente, es España… pero, los hechos diferenciales pueblerinos han hecho posible esa vía. Otras veces pienso que lo que esta España necesita es fundirla, refundirla y recrearla…. Habría que acabar con eso de las izquierdas y las derechas y convencer, que no vencer, a todos que sólo un moviento unificador de pasiones y ambiciones puede salvarnos. ¡Y educación, mucha educación, política y de la otra!

Hubo un momento, ya de despedida, que mi pariente se atrevió a preguntar tímidamente (Franco se había vuelto tímido, huraño e introvertido desde que Azaña le cerró «su» Academia de Zaragoza y casi le echa del ejército):

—¿Y el ejército, don Miguel?

—Mire usted, general… El ejército es como el resto de los españoles… Ya vio lo que pasó con Pro de Rivera y sus generales…

 

Este relato que don Ramón Serrano Súñer me hizo de aquella comida de Franco con Unamuno, es el resumen de toda una tarde de charla en la biblioteca de su casa de la calle Príncipe de Vergara, número 36, el día 19 de junio de 1988, en la que también se habló de la polémica que mantuvo el vasco con Ángel Ganivet sobre «el venir de España». En esta ocasión don Ramón echó mano de unas fichas manuscritas que tenía en una carpeta en cuya tada se podía leer: «Temas pendientes para artículos».

 

El otro Franco ha sido editado la editorial Espejo de Tinta y se vende al precio de 20 €

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