Ayer salí a comprar un edredón. Después de buscar en Intet las mejores ofertas, las condiciones más interesantes y los distintos tipos y fabricaciones, decidí que lo más útil era salir a dar una vuelta y mirar escaparates. Me había mareado, había visto miles de opciones y no me quedaba claro si era mejor de plumas de ganso, de plumón de gansa, de borra, de guata o de látex. Algún buscador de edredones se dará cuenta de que de látex no hay.
El dependiente, de los de antes, me indica que en su sección sólo vende los mejores edredones, que estos se hacen en China –como no, como las agujas de Doña Celia Solomillos y que depende de lo friolero que uno sea. Pero cuando llegamos a la parte de las plumas el muchacho parece no tenerlo tan claro. Me dice en voz baja y con una cierta complicidad: “son plumas de gansos chinos”. Me asalta la duda, y ¿qué diferencia hay con los de El Retiro?, muy sencilla que estos son asiáticos, y no sé yo si no habrán tenido fiebre del pollo. ¡Joder! Exclamé. Es verdad si son aves, son asiáticas… No, de esos no. ¿Y no tendrán de gansos de la zona? El dependiente me explica que las fábricas que había en España se convirtieron en parques de ocio y que aquí ya no hacen edredones ni los de Lorenzo Lamas.
¡Menudo chasco! He intentado enterarme de qué pasa con la gripe aviar, he llamado a varios estamentos e instituciones y mañana llamaré a los técnicos de Doña Elena Salgado, nadie sabe nada. De momento.
He salido de la tienda, me he llevado un edredón de guatiné que me recuerda la bata de mi profesora de manualidades. Uno es viejo y no entiende como las aves, dignas herederas de los dinosaurios, nos están empezando a poner nerviosos. Se aginan una pandemia de la dichosa gripe. Lo que no sé es qué es peor si los plumíferos o el guatiné que pica, se pega y huele a almacén de tercera…









