No, no me he despertado de una pesadilla poblada los fantasmas del 98. No he soñado con Azorín ni con Ramiro de Maeztu. Mis últas horas nocturnas tienen que ver más con las ovejas eléctricas de Philip K. Dick. Ha llegado la hora de que España nos tomemos en serio la gestión del tiempo, la administración de nuestro capital básico: las horas, los minutos, los horarios. El sabio Emilio Lledó lo formula con una oración radical: “Somos el tiempo que nos queda”. Y el que tuvos.
Hace una década el ayuntamiento de Bolonia levantó patas arriba la ciudad sin necesidad de hacer una sola zanja. Aficionados a las revueltas ciudadanas, los boloñeses lo llamaron la “revolución del tiempo”. La administración comunal llegó a la conclusión de que en casi todas las familias había una persona que se encargaba de todos los trámites y recados. El resto trabajaba. Las ventanillas municipales abrían en horario laboral y tanto sólo los parados, las mujeres o los ancianos se podían ocupar de buscar certificados, entregar solicitudes o abonar puestos. El ayuntamiento cambió los horarios, cerró sus oficinas en las horas de faena, y las activó en las de descanso, y de esta forma sencilla y práctica motivó que muchas personas, sobre todo amas de casa, buscaran un empleo en el mercado laboral.
En esta hora del siglo, la tecnología nos permite desplazar el trabajo a casa. Algunas compañías de aviación norteamericanas no tienen centrales de reservas. El personal que atiende a los clientes teléfono son amas de casa que contestan una llamada desde su hogar en el lejano Utah o en las llanuras de Nevada, mujeres armadas con un ordenador y una conexión de banda ancha que de otra manera no habrían conseguido nunca un trabajo remunerado. La convergencia de los sistemas de comunicación ha cambiado el mundo y todavía no nos hemos enterado. Nuestra jornada de trabajo en España es de las más largas, y nuestra productividad de las más bajas. Pasar catorce horas en el puesto de trabajo no puede ser más que un error, y se paga en una elevada factura social y familiar. Ha llegado la hora de abordar la única revolución que puede cambiar nuestra vida, nuestro entorno y nuestro tiempo. Bastan tres condiciones: motivación, educación y tecnología. Y como en tantas otras cosas la prera ofensiva debe partir de los ayuntamientos.
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