Si fuera torero te brindaría la próxa faena. Sería como aquella tarde en la que Rivera Ordóñez le entregó su montera a un diestro más veterano que le había negado el turno en la suerte de quites. La plaza se vino abajo. Lo mismo me pasa contigo. Es posible que nos separe un océano ideológico, un mar picado, que es ahora lo que se lleva, un agua en la que nadie se atreve a navegar, amarradas las naves en puerto amigo, y al resguardo de aguaceros que caen como cuchillos.
O quizá no sea tanta la distancia, que como no nos conocemos nunca la hemos medido. Esto pasa a menudo. A los que escriben se les calienta la máquina y cargan la suerte con adjetivos de lija y sangre. Luego te dan la mano y se arrepienten, o no. Son sententales. Tienen sus fobias. Algunos viven de ellas, no las quieren perder, son su tesoro y solo saben cortar chuletones, escribir con el martillo, pontificar, y es verdad, jamás se han puesto ante una cámara con más de dos megapíxeles ni saben lo difícil que es el milagro de multiplicar el pan de la curiosidad todas las mañanas.
Mientras la montera vuela el aire, estoy pensando largo y redondo. Sólo son unos segundosluz. Creo que estás en tu mejor momento. No es una ironía. No es la hora del triunfo, de la vanidad o la soberbia la más bella de nuestra vida, sino la de la lucha, la dificultad y la resistencia. Como dijo un personaje de ficción, “la sple naturaleza humana es más tante, más grandiosa y más trágica que todas las cosas públicas”. A quienes te piden cuentas no tienes nada que demostrar. Tu reino no se mide con el metro de hule que utilizan las demás. Ellas corren en el día a día una trocha que tú hace tiempo dejaste atrás. Cada una de tus horas debe ser un homenaje. No permitas otra cosa. Te sobran laureles para celebrarlos. A quienes han perseguido con dentelladas secas y calientes a lo que más quieres, págales con la moneda del desprecio. Si no tienes, yo te la presto, o pedos un crédito a medias si es que no nos llega entre los dos. Solo te pongo una condición. Cuando esto pase, comparte conmigo unos gramos de la sabiduría que te den estas horas. Yo pongo el vino.
Es posible que este no fuera el artículo que muchos de mis lectores, partidarios o antagonistas, esperan de mí, pero esto es lo que hay, señores. Estoy cansado de que todo tenga que responder a las expectativas de los que siguen emboscados, enfangados en trincheras, sin capacidad de ver más allá de su propio casco, huraños afiliados de bandas que preparan su venganza en una taberna aciaga. Luego se visten de gris y azul para santiguarse con el agua del beneficio. Sólo admiten la pertenencia. Cuando les dejas te dan un beso en la mejilla para que algún sicario te ensucie la lencería con la sangre de tus venas en cualquier descampado de Fuencarral. La vida es mucho más rica que el vinazo agrio y la nieve sucia que pisan sus botas militares. Hablo de los que urden persecuciones, de quienes arrastran su ufana miseria de forrabolas para rascar unas décas del share, o una turbia satisfacción onanista, de los que no reparan en gastos para que parezca un accidente.
Como profesional tienes mi admiración. Como persona mis respetos. No voy a mirar a la arena, pero estoy seguro de que la montera esta vez ha caído boca abajo.
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