Desde hace unos años, desde que se instaló la moda en Hollywood, los productores de películas dramáticas tienen dificultades para encontrar actores. Se han bebido el botox de los floreros y no hay manera de que pongan cara de susto. Incluso cuando son aterrorizados los últos inventos de los efectos especiales no consiguen más allá de una mueca silar a la sonrisa de Zapatero, un rictus a medias entre el congelado Frudesa y la jeta del coyote sorprendido el correcaminos . Si los ochenta fueron en España la década de la “arruga es bella”, la prera década del nuevo siglo es el tiempo del rostro planchado, el tiempo de una realidad macerada una toxina botulínica hasta convertirla en un filete presentable.
De momento, como todas las cosas nuevas, casi nadie, salvo la doctora San Gil, sabe utilizar bien las dosis. Los demás ni se han leído el prospecto. Han comprado botox a granel y han regado el estatuto catalán para reducir los pliegues de ese sentiento nacional que cuando está bien empapado se muestra erecto y bruñido como una cabeza dispuesta a multiplicarse. Arturo Mas, que parece haberse caído en el barril de la póca cuando era niño, antes de ser el madelman del nacionalismo catalán, le dio la fórmula a Zapatero en
Unos tanto y otros tan poco. Quien necesita un chute de botox urgente es el nuevo presidente del Real Madrid. La crisis se puede agravar si no encuentra pronto alguien que le indique el rumbo el que deben navegar sus declaraciones. Sus preras presencias son erráticas e inquietantes. Nos ha enseñado a su familia, a la parienta y al niño, y no sé si tiene más familia o es que el maquetador cortó donde quiso. Debiera saber que lucir familia es algo que sólo se permite cuando te respalda la legitidad de los votos. Ha abierto la semana con la advertencia de que sólo convocará elecciones cuando esté listo para ganarlas. Ya se siente césar y lo canta a las cuatro esquinas del Bernabeu, sin darse cuenta de que al prer tropiezo de su cuadrilla de malcriados le van a sacar los pañuelos en la grada pidiendo su oreja. Alguien debiera decirle que está muy mal mirar a los zapatos cuando te hacen una entrevista, aunque mirar siempre al suelo sea muy útil si las cosas se ven desde el palco. De momento los pájaros que se han posado sobre su hombro, todos de tamaño ornitológico, son aves de mal agüero.
Artículos Anteriores:
La cuota de Caldera o de cómo pensar con el monjón
Las perplejidades de Florentino y Cayetana
La sanidad privada catalana emigra a Madrid










