Hoy he entrado. Tenía mis temores. A veces pienso que los ordenadores son como las ovejas eléctricas de Philip K. Dick, que saben quién las mira. Pastan en la paz de las paredes del Giotto, pero tienen ojos ocultos en los bucles de su lana. Hoy tenía curiosidad y no quedaba nadie en casa. Era el día, que se cumplen dos años desde que llegara, jaleado una alegre muchachada sin más plan que el de beberse de un trago las hieles de la venganza para eructar decretos. Aquella noche prometieron alistarnos en las filas del INEM, y han faltado a su palabra, han fracasado en su prera y más espontánea promesa, la que sale del corazón, o quizá de otra víscera más tierna que el programa electoral.
Con esta zozobra me he ido a la página oficial de
Han hablado del futuro. Leo el nuevo eslogan lapidario que se inscribirá con escoplo en el granito de las nuevas obras del bienio que resta: “vamos a cumplir”. Lo repite Zapatero, lo remacha Pepiño, insiste el coro. Me suena a uno de esos mensajes de móvil que un marido entusiasta enviaría a su esposa para que no pierda la fe mientras se toma la penúlta espuma en un bar de Cuatro Caminos. La mujer se lo lee al amante con cinismo, y este ríe la gracia de la promesa antes de entregar al legíto otro cuerpo ya satisfecho. “Vamos a cumplir”, y Otegui lo repite entre los esputos de su bronquitis (¡no sabes cuánto queremos que te mejores!), e incluso Bargalló, que cumplir encarga informes a su mujer, y hasta paga uno sobre la coturnix coturnix japonica, más conocida como codorniz japonesa. Para eso sí que hace falta currículo.
Ufano y crecido, Pepiño sonríe desde la segunda fila. Ha vuelto al centro de la foto. Él también piensa cumplir. Su chófer le espera en la calle.
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