Hay una plaga, un virus gripal que provoca una indignación súbita y una huida, o al menos un viaje corto, que hay muchos que se van y otros muchos que vienen. Esta semana il cavaliere Berlusconi se presentó en la Rai y a los diez minutos se levantó de la mesa con gesto contrito mientras les decía a los cámaras del pre te que esa tele no era suya. Nadie se explica el hecho con suficiencia lógica. Quizá el trasplante de pelo ha afectado a sus meninges. De lo contrario, Berlusconi debiera saber que la vechia izquierda comunista está más acostumbrada a hacer autopsias que entrevistas. Su atropellada huida no fue más que el resultado ridículo y absurdo de una pelea de gallos, una solución previsible anada una vendetta inaplazable: en la Rai tienen un fox terrier para olfatear los cambios, y ya han apostado Prodi, ese hombre que es clon de Stan Laurel sin bombín, ese prer ministro que vino una vez a Valencia convencido de que Aznar le seguiría en el camino del fracaso y diría no al euro, el angelito. Como un joven pichón, cayó en una celada de principiantes.
Ayer vos algo parecido. Un grupo de diputadas decidieron itar el gesto de Berlusconi y montar una espantada en el congreso en la que se llevaron delante a Montilla, como muestran las fotos. Montilla aparece en la avalancha como esos toros perdidos que en el encierro de la Estafeta son recogidos los morlacos, dicho con todos los respetos. Les confieso mi perplejidad que el correoso Zaplana haya caído en una trampa que era lo más parecida a la cuna de un bebé. Las damas ofendidas el valenciano salieron de la cámara en una de esas actuaciones teatrales propias del teatro de vodevil, elevando el mentón y abanicando el suelo con sus faldas como aquellas virtuosas que desfilan al inicio de “La diligencia”. Ha llegado la hora de que en el Congreso organicen un comité civil contra el vicio de zaplanear.
Todo esto está, aunque no lo parezca, dentro de los patrones clásicos del comtamiento. La frase más repetida en los guiones de la historia del cine no es una declaración de amor. Según el Guinnes Book, lo que más se ha dicho en las pantallas, la oración más repetida es “¡Vámonos de aquí!” Una espantada es la reacción más frecuente, el reflejo muscular más reiterado. Lo del amor es secundario, un entreteniento para antes de la hora de salir corriendo, de donde sea. Si te da tiempo te lo trabajas, y si no te despides entre la niebla, como Humphrey Bogart en Casablanca. Esto explica sí sólo cuestiones tan cruciales como el estatuto catalán, y el atolladero en el que se encuentra culpa del aeropuerto del Prat, una terminal vieja y obsoleta que los nacionalistas reclaman, ¡no se equivoquen!, no para controlar el tráfico del puente aéreo sino para marcharse, si llegara esa hora inevitable del “¡Vámonos de aquí!”
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