La bióloga Lynn Margulis ha pasado Madrid sin despertar demasiada atención. Y sin embargo ha conseguido depurar una de las teorías más atractivas y novedosas sobre la evolución. Lo que ocurre es que desde que nos gobierna el accidente, estamos más atentos a la anécdota que a la categoría; nos concentra más lo que acontece en Hospitalet o en el batzoki de Ochandiano, que las novedades que llevan sello de Massachussets. Nosotros a lo nuestro.
Margulis maneja el concepto de “sbiogénesis”. Un caracol de mar desarrolla una sbiosis con un alga, ejemplo. El alga y su fotosíntesis, le atan al molusco elementos que de otra manera no podría conseguir. Llega un momento en la historia evolutiva del caracol, que el anal cambia de color y de comtamiento y ya no es el mismo. Trasladada a la moral, la sbiogénesis nos ata un universo casual para analizar las consecuencias de las malas compañías, o de las buenas.
En las últas semanas se han producido acontecientos submarinos tantes que nos advierten sobre la deriva evolutiva del partido de Blanco y Zapatero. El gallego, entrenado en el oficio de capar para transmutar los pollos en capones (esos gordos cebados deliciosos de manteca suave y celestial que producen en Villalba) se ha puesto en faena para que el coro socialista entone con una sola voz. De oficio capador. Pepiño ha tirado de navaja barbera para cortarle las cuerdas vocales a Rosa Díez, que otra cosa no encontró, aunque la hubiera.
Sentados sobre sus armas, los de la pistola contemplan cómo los del otro lado se desarman de sus cañones morales. Es lo que debemos hacer si queremos una tregua: entregar el capital moral que hemos atesorado durante más de treinta años de dolor, incluido el bienio en el que intentaron exterminar a los concejales españolistas. Blanco ha ofrecido la flor de su cuchillo a los nacionalistas, a sujetos como Javier Vizcaya, que llevaban en la cartera una foto con las piernas de Rosa, desde el tacón a la oscuridad, para soñar con el trofeo.
En el fondo abisal la rosa socialista respira ya el cianuro que le ata la boina.
Artículos Anteriores:
La cuota de Caldera o de cómo pensar con el monjón
Las perplejidades de Florentino y Cayetana
La sanidad privada catalana emigra a Madrid