Me pide el cuerpo insistir, que no dejo de darle vueltas. La teoría excremental de Narbona aconseja parar inmediatamente una de esas obras que alivia la infernal procesión matinal de miles de madrileños. El lince ha cagado, y para nuestra ministra, esa pequeña boñiga a la que los ecólogos han aplicado pruebas de ADN justifica que el mundo y las obras públicas se detengan ante el milagro.
La pedorruta del lince, de ser cierta y no un transte ilegal, demuestra dos cosas. La prera que el ecosistema del bicho arriba hasta las fronteras urbanas del gran Madrid y trasciende los límites de la indolente comunidad gobernada Chaves. Allí el anal habita protegido la modorra de la administración que prefiere gastar miles de millones en publicidad antes que hacer carreteras, no vaya a ser que aparezca el gatito. La inmediata derivada de esta verdad precipitada nos lleva a preguntarnos qué han decidido emprender este viaje lejos de la tierra del subsidio.
La segunda conclusión es que el felino no está en peligro de extinción. Más bien se puede concluir que hemos sido víctas de un espejismo. Si se hubieran contado todas las defecaciones halladas en nuestros montes, y se les hubieran practicado pruebas genéticas quizá ahora estaríamos celebrando la procreación indecente de una especie que se perpetúa en secreto, escondiendo las boñigas en sus madrigueras, para que la ministra no las encuentre. Ella piensa que se están apagando en la triste historia de
Le propongo, ministra, elaborar un censo. No hay nada como tener datos fiables. Siembre usted los montes y las dehesas con laxante, pídale a Sancas que se quede en casa unos días, y luego recoja el producto y en dos tardes tenemos
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