Hablemos de Italia. Prodi votaba este domingo, aliviado la ausencia en su campaña del inefable Zapatero. No del todo. La revista Panorama repartía hace una semana el “Viva Zapatero”, un ejercicio de propaganda de la izquierda intelectual, envuelta en la bandera de la “libertad de expresión”, como si no la hubiera en Italia, país en decadencia que exta cultura de la buena, del tipo de Leo Bassi, un rebuscador de escombros y basuras, un defecador con un intelecto más sple que el de un calamar abisal. No hubiera sido conveniente pasear a ZP con su olfato para los vaivenes internacionales, y menos después de defenestrar a su ministro más valorado, atado a la misma silla que su ministra más ausente, para elevar al muñidor, al encargado a partir de ahora de negociar con los terroristas mientras cubre con su negro manto cualquier indicio que les pueda relacionar con el 11 de marzo.
Si atendemos al resultado de los ejercicios retóricos de la “sinistra” es posible que “il cavaliere del lavoro” se haya recuperado en los últos días de una intención de voto que le pretendía jubilar. Como en España, los del cine han hecho películas para desbancarle, lo cual nos permite augurar la sorpresa de una nueva victoria. Su gobierno ha sido nefasto. En el tramo final de campaña ha sido capaz de decir a los italianos que en sus años como prer ministro el gobierno ha conseguido elevar en dos la esperanza de vida de los italianos. Su cara de yeso no conoce la expresión del estu y el escándalo. La economía italiana, gobernada un empresario, es un desastre sin pulso, incapaz de crecer ni de crear empleo. Las recetas que propone el centro derecha son increíbles y de un coste posible de asumir. Las tensiones institucionales que ha provocado Berlusconi son inagotables; su vanidad, insotable.
El problema para Italia es que al otro lado, en la “vecchia sinistra” no se ofrece nada nuevo para terminar con la crisis. El país necesita reformas, un tratamiento de choque, y el final de ese capitalismo cerrado, al estilo del “tutto in famiglia”, que ha protegido la riqueza y el poder de los cuatro apellidos que hacían los grandes negocios del país. Prodi, al frente de un conglomerado de partidos heterogéneos que parece un crucero a Mallorca, es el hombre anodino, sin carisma, sin fuerza decisoria y sin capacidad de mando que puede ganar el agotamiento de un prer ministro que ha colmado la paciencia de los italianos. Nada nuevo: Italia sigue siendo, en apariencia, el viejo país ingobernable. Un título que otros ya le disputan en la Unión.
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