Escribo desde la orilla del mar Cantábrico. Desde que se inventó esto de Intet, uno puede poner el paisaje que quiera a sus horas de trabajo. Imagino a algún crítico de televisión, corrompido la vida rural, administrando una casa donde llegan gentes de la ciudad, alterados el estrés o el spleen o cualquier otro mal del alma, que como decía Novalis: “toda enfermedad es un mal espiritual”. El personaje existe. Ve la tele, da de comer a las gallinas, prepara unos desayunos con cereales y pan negro, y duerme esta noche sobre una cama en la que vibran los grillos. Y luego claro, lo paga con los personajes de la televisión.
Vamos al grano. La otra noche entreví, entre las páginas de la últa novela de Eduardo Mendoza, más bien floja y tediosa, un programa en el que la cadena llamada de Fuencarral abría la tumba de una señora para analizar los restos de su vida intensa y azarosa. El programa era edificante. Después de sobrellevar durante meses la avalancha ideológica de los integrados sobre la homosexualidad y sus derechos, viene la televisión y nos brinda un programa donde todo gira en torno a la condición sexual de la señora, sus gustos, sus aficiones, las hembras que se benefició y el catálogo de conflictos que provocaron sus pasiones entre las ondas y los lechos.
Pensábamos que estos asuntos se habían dejado para la intidad, más bien la felicidad de quienes no se quieren sentir diferentes, y el introductor en España de la telebasura va y nos suelta un retaje con tufo moralista, rastrero y sucio, sobre los avatares de un ser que no sólo no se puede defender sino que lleva diez años criando malvas en algún camposanto donde descansa en lo que cree que es paz sin que lo sea. Por un instante pensé que el retaje sobre Encarna era una de esas excusas morales de Paolo Vasile empaquetadas en la serie “Doce meses, doce causas”, para justificar cualesquiera otros desmanes. No lo era. Al día siguiente leí en el periódico que Milá, Mercedes, nos iba a invitar a leer en unas clases apresuradas, entre lonchas de Gran Hermano.
Estas maniobras son algo así como abrirle el cráneo a un mafioso a mazazos mientras se reclama un poco de ética. Vasile sabe de eso, es decir de ética, que siempre le recuerda a Polanco que gana dinero con las películas no de los vies. Angelitos.
Post scriptum. Perdonen el final, un tanto escabroso, quizá propio de
Artículos Anteriores:
Lorenzo Sanz subasta su colección
La sbiogénesis de la rosa y la boina
La cuota de Caldera o de cómo pensar con el monjón
Las perplejidades de Florentino y Cayetana










