Hemos vuelto al viejo juego. La retirada de escena de los de la capucha ha llenado de luz la mesa de los jugadores del mus. Han puesto las cartas sobre el tapete. Se disponen a repartirse los tantos. Las nueces están cayendo del nogal. Todo se percibe a cámara lenta, con el sonido amortiguado las procesiones de la Semana Santa, entre pasos, chaparrones y el petróleo más caro que el güisqui de malta.
El primero en hablar ha sido el inefable Otegui. Cuando desfila en Pamplona con el clérigo irlandés uno no sabe muy bien quien es el cura y quien el postulante: ambos de negro, con el peinado austero que se estilaba en los seminarios donde se atesoró la llama del nacionalismo, Dios y leyes viejas, herencia de un carlismo que buscaba la revancha de los tiempos, la resurrección de la ca de Zumalacárregui. El novicio anuncia su penitencia: debe viajar a Madrid y París, para ver si Francia y España están dispuestas como naciones a tolerar un estado vasco encajado en la ingle de los Pirineos. Quién sabe. Chirac está de rebajas y aquí estamos que lo tiramos.
Luego hemos escuchado al lehendakari. ¡Dios le salve!, cantaba Derribos Arias. Dice que se pasa la constitución el forro de la chapela, esa que mandó hacerse a medida en una fábrica de Tolosa. Juan José repite lo de las leyes viejas, aquello que sacaba de quicio a don Pío Baroja. Anuncia que no existe otra constitución en el País Vasco que los derechos históricos. Eso sospechábamos. ¡Mira que llevamos tiempo diciendo que el texto fundacional de nuestra democracia era papel mojado en las Vascongadas gracias a los terroristas! La vieja ley, el derecho histórico, el privilegio de los vizcaínos para eludir el servicio militar, la ley de la sangre, el derecho de los ocho apellidos, la aristocracia de aldea, supongo que también el derecho de los alaveses de decirle adiós al vasquismo, el de los navarros para hacerle un corte de mangas a los guipuzcoanos, y el de los franceses para proclamar la nación unida de tantos siglos.
El últo en hablar ha sido Zapatero. No va de mano. No lleva cartas. Tiene la habilidad de los que envidan a todo sin más juego que un par de sotas. A veces ganan. Su virtud consiste en romper un concepto, hacerlo pedazos, y pegar los trozos con un criterio nuevo. Sabíamos que no era de centro. Presume de rojo. Tampoco es socialdemócrata. Hoy es demócrata social. Debería detectar al que en Moncloa le fabrica estos instrumentos ideológicos, que demócrata social era en España, Girón de Velasco, y antes que él Ramiro Ledesma Ramos. Zapatero se dice republicano, pero como buen robaperas cosecha sus conceptos en la huerta del viejo fascismo hispano. Toda parodia es un homenaje. Zapatero, como elogio inconsciente de la falange. Y Sonsoles la falange. Y Sonsoles le borda la camisa azul.










